La Iglesia Católica enseña que el destino del hombre se decide en su
vida en la tierra y que después de la muerte al alma le espera el cielo o el infierno. En el Más Allá, una vez muerto el cuerpo, no habrá posibilidad
de cambiar la condición del alma, encontrándose ésta en estado de gracia
o pecado mortal al abandonar el cuerpo material (Coll. Lac. VII 517, 550,
564, 567, Decisión del Santo Oficio contra los teósofos del 18 de julio de
1919, D 2189). Esta doctrina viene refutada por la Nueva Revelación. Según
estas comunicaciones hay la posibilidad de una evolución ulterior del alma
hacia lo bueno o lo malo también en el Más Allá. Pero con mucha insistencia se explica que lo que no se hizo en esta vida terrenal, al alma le costará
gran esfuerzo, tiempo y perseverancia para arreglarlo en la vida en el Más
Allá. La Nueva Revelación especifica: «Mis innumerables ángeles explicarán el Evangelio a las almas de los difuntos: Aquellas que lo escuchen y
lo acepten según el Evangelio, llegarán a la santidad, pero nunca les será
tan fácil como en la tierra, donde el hombre tiene que llevar una lucha difícil contra el mundo material, contra su carne y contra muchas otras cosas,
que debe soportar con paciencia, abnegación, mansedumbre y modestia,
ya que duran solamente poco tiempo». (Gr X 2, 5).
«En el Más Allá se predicará el Evangelio -como ya explicamos- pese
a esto, debéis ser llenos de celo en la tierra», sigue la Nueva Revelación
«porque llegar a ser un verdadero hijo de Dios y alcanzar el más puro cielo
del amor, esto sólo se logrará desde la tierra. Para llegar al primer y segundo cielo habrá ocasión de conseguirlo aún después de esta vida terrenal».
(Gr IV 247, 9).
«Todo depende de los sentimientos interiores, cuando el alma abandona
el cuerpo. Si esta condición interior es conforme a la buena observancia
de las leyes existentes, entonces la condición del alma será igualmente buena, y de este modo el alma podrá subir directamente un escalón superior
para continuar su vida libre en esta posición más elevada. » (Gr V 225, 9).
«A1 mismo tiempo, se transforman también sus facciones, su
apariencia, que se rejuvenece y enaltece con la evolución.» (BM 30, 2).
Por supuesto, esta evolución, en la mayoría de los casos, va muy lenta,
pero esto no importa, porque nunca se puede hablar de la pérdida total
de un alma ... y si ésta fuese devorada por el polo contrapuesto por su
orgullo -lo que desde luego es muy grave- después de un ciclo de los
tiempos, se debe resignar a volver a encarnarse en esta tierra o en otra de
las cuales existen incontables en el espacio infinito, para volver a pasar todas las pruebas de la carne, pero sin saber y por lo menos poder intuir
que ya había pasado las pruebas de la carne en otra existencia. Pero este
conocimiento tampoco le serviría para nada, porque un ser sensual volvería
a caer en los mismos males y su segunda prueba de vida sería inútil de nuevo (Gr V 232, 2). En el mundo del Más Allá todo ocurre de un modo más
difícil y más pesadamente que en esta tierra, y para muchas almas que se
han apartado demasiado de Mi Orden, el camino hacia Mi orden eterno
e inmutable será larguísimo.» (Gr X 113, 2).
«Pero un alma que ya progresó por su propio esfuerzo, avanzará rápido
y fácilmente. ¿Cómo se sentirá un alma en el otro mundo que no cumplió
ni medio, ya ni siquiera un cuarto de Mi camino según Mi orden y no es
capaz de encontrarlo? Esto si es el verdadero infierno.» (Gr X 113, 6-7).
«Así cada cual encontrará su cruz dentro de su debilidad y sus costumbres
mundanas, que le darán mucho trabajo en el mundo espiritual, lo que hubiera podido superar fácilmente y en buena parte victoriosamente en este
mundo.» (Hi II, pág. 221, 6).
«En verdad os digo: Aquí una hora cuenta más que mil años en el Más
Allá. Gravad estas palabras en vuestro corazones.» (Gr VI 13, 10).
«A los hombres que en esta tierra no les llegue Mi enseñanza, luego
se les dará guías para ayudarles a pasar el puente que va desde este mundo
material a aquel mundo espiritual. Si siguen a estos guías llegarán a través
del puente a la verdadera vida. Pero si insisten en sus propias doctrinas,
entonces serán juzgados según su comportamiento, conforme a su doctrina
y no podrán alcanzar la filiación divina.» (Gr I 42, 12). «Por esto no os
preocupéis de aquellos que ahora y más adelante no reciban Mi doctrina.
Mi Padre los conoce a todos y no ha llamado a nadie a la vida para que
luego cayese eternamente en la oscuridad, sino al contrario, por Su Amor
y Su Sabiduría los llama para una vida en eterna resurrección.» (Gr XI,
pág. 245).
Diferente será con las almas de los pueblos civilizados que conocen
la
doctrina de Jesús: «No los juzgaré personalmente, pero la verdad eterna
que también reside en ellos, los enemistará, juzgará y hará huir de mi
presencia». (Gr X 154, 9). «Incluso para tales almas condenadas por sus propias acciones os he anunciado (a los apóstoles, nota del autor) dos cosas
consoladoras: en primer lugar, la parábola del hijo perdido y luego lo que
os dije con respecto a las muchas moradas que existen en la casa de Mi
Padre y, para explicarlo más claramente, ahora mismo os digo, hay muchas
escuelas de corrección y de aprendizaje, donde los diablos humanos más
pervertidos puedan recibir instrucción y llegar a mejorar.» (Gr X 154, 10).
Espíritus muy meditativos intuían en visiones profundas que la
misericordia de Dios es mayor de lo que admiten los profesores de la Iglesia.
«Para Goethe, por ejemplo, el cosmos, como creación divina es una gran
escuela; para un mundo de espíritus entre los cuales se cuentan las almas
de los difuntos.»
¿Dónde queda, pues, con esta doctrina, el tan temido Día del Juicio
Final, según el cual ni siquiera una décima parte de un millón de hombres
alcanzaría el cielo, mientras los demás serían condenados al infierno para
la eternidad?
Por la adulteración del Evangelio por los obispos de la Edad Antigua
(Gr X1, pág. 246), y en el siglo iv por Agostin, se introdujo el concepto
en la enseñanza de «que la gran mayoría de los hombres caerían en eterna
condenación». (Non omnes, sed multos plures no fiunt salvi; Enchiridon
ad Laurentium, c 97), y también para los paganos el mensaje salvívico de
un Dios misericordioso les fue transformado en su contrario con las adulteraciones, no dejándoles esperanza aunque hubiesen llevado una vida
virtuosa. La perversión de su doctrina, dice el Señor a Lorber, «es responsable
aún hoy en día de que muchas personas hayan llegado a apartarse totalmente de Mi Camino» (Gr XI pág. 243).
La consecuencia de la corrupción de la Buena Nueva se ve cada día más
claramente: Los teólogos católicos y profesores Karl Heinz Ohlig y Heinz
Schuster escriben: «La última autoridad de la fe cristiana no debe ser una
institución humana o autoridad asumida por una institución u oficio de los
hombres (jerarquía), sino solamente debe ser el mismísimo "auctor" (autor,
fundamento) de la esperanza cristiana, o sea Jesucristo».