La salvación por la encarnación de Dios y su muerte en la cruz, del
hombre-Dios Jesús, es para la mayoría de los hombres el misterio más difícilmente comprensible.
Al contrario de la opinión de varios autores, Jesús
predijo su muerte violenta y su resurrección al tercer día, hablando de esto
a sus discípulos en varias ocasiones, durante el primer año de su vida pública.
En la Nueva Revelación se dice: «desde aquellos tiempos Yo comencé
a hablar seriamente a mis discípulos, diciéndoles que según el deseo de Mi
Padre iría a Jerusalén y allí sufriría mucho a manos de los sumos
sacerdotes, los escribas y los patriarcas, seré muerto por ellos y al tercer día
resucitaré de entre los muertos. (San Mateo 16, 21). Como vencedor de la muerte
y de todos los enemigos de la vida, Yo existiré para la eternidad». Entonces
Pedro se asustó y me dijo, llevándome de lado y hablándome en un tono
rogativo y de amonestación: ¡Señor, que no se te ocurra!, debes cuidarte,
por nosotros y por todos los hombres. (San Mateo 16, 22). Pero Yo me
aparté de él y le respondí en tono muy serio: «Quítate de delante, Satanás.
Eres un tropiezo para Mí, porque tus pensamientos no son según Dios, sino
terrenos». (San Mateo 16,23). Este pasaje escandaliza a muchos críticos
bíblicos. El relato según el cual Jesús por una parte entrega a Pedro las
llaves del cielo y dice querer construir sobre él la Iglesia y luego le llama
Satanás, les parece falta de lógica, por lo tanto devalúan todo el Evangelio
como poco fidedigno. Pero el relato muy comprimido del Evangelio no admite una crítica rápida y superficial. Las explicaciones detalladas de la
Nueva Revelación aclaran también en este caso los hechos de modo lógico.
En la Nueva Revelación se dice: «Pedro se asustó mucho, cayó de
bruces delante de Mí, implorando el perdón, y llorando añadió: "Señor, cuando estuvimos en el mar donde permanecimos varios
días, Tú me dijiste por
mi fe: Simón Judas, tú eres Pedro, que significa piedra y sobre ésta construiré Mi Iglesia y todas las fuerzas del infierno no la vencerán. A ti te
daré las llaves del Cielo. Lo que desataras en la tierra será desatado en el
Cielo, lo que ataras en la tierra, también lo será en el Cielo. Esto, Señor,
fueron literalmente Tus palabras, dirigidas a mi, pobre pecador. Pero nunca me he enaltecido por esto, muy al contrario, siempre me he considerado
el más bajo de todos nosotros, y solamente por un aviso que surgía por
un temor humano, pero igualmente por amor hacia Ti, por esto me has
llamado el príncipe del infierno. Señor, ten piedad y actúa con misericordia
contra tu pobre siervo Pedro, quien dejó sus aparejos de pescar y también
a su mujer e hijos para seguirte"». (Gr V 170, 7-8). «Entonces Yo me volví
amablemente hacia Pedro y le dije: "No te he rebajado para nada al echarte en cara apelación tan dura. Todo lo que es mundano dentro del hombre
-como su carne y sus diferentes necesidades con respecto a estas consideraciones puramente humanas- está en el juicio, por esto el infierno y
Satanás, la noche y el engaño, todo esto que parece vida de la materia es una
vida falsa y su valor es prácticamente nulo. Si un hombre en su interés se
vuelca hacia la materia, en este sentido es Satanás porque sostiene que la
salvación está aparentemente en la vida material. Si alguien, ya en la carne
quiere liberarse de Satanás, debe tomar su cruz -la que Yo llevo en Mi espíritu- y seguirme". (San Mateo 16, 24). Porque en verdad os digo:
"Quien quiera salvar su vida (terrena) la perderá (la vida espiritual), pero
quien perdiera su vida por Mi, la hallará (la vida espiritual). (San Mateo
16, 26). ¿Qué le aprovechará al hombre ganar el mundo entero si pagase
con esto su alma?" (Gr V 171, 1-4). "Y tú, Pedro, espero te darás cuenta
porque te dije: Apártate de Mí, Satanás."» Más tarde, Pedro volvió a meditar sobre aquella muerte de sacrificio presagiada por Jesús y buscó un
sentido en los sufrimientos a sobrevenir. Después de algún tiempo se dirigió
de nuevo al Maestro con las palabras: «Señor y maestro, es necesario que nos aclares ciertas cosas salidas de Tu boca, porque ni la más perfecta
inteligencia humana puede comprenderlo plenamente. Y en esto acecha como
un monstruo la necesidad ineludible de que el Hijo del hombre haya de
sufrir, y casi no me atrevo a decirlo, que una necesidad de esta índole, aún
la persona con la mejor inteligencia y con un sano juicio no lo puede comprender. Puede que un hecho
así será necesario para una meta primordial
ya decidida por Ti desde la Eternidad pero no sirve casi nada para dar una aclaración
tranquilizante para el juicio humano que siempre y en todos los
tiempos pondrá en duda esta cuestión. ¿Por qué el Todopoderoso puede
ser maltratado de tal modo por sus creaturas para conseguirles la vida eterna y la beatitud? ¿No bastaba con la doctrina pura y los hechos milagrosos
efectuados por la voluntad de Dios? Si no mejoran los hombres con estos
hechos ¿cómo lo harán viendo Tu sufrimiento y Tu muerte? Yo como uno
de Tus seguidores más fieles Te lo digo francamente: Tu sufrimiento será
la piedra de la discordia para muchos hombres y muchos tambalearán en
su fe. Por esto Te pido nos aclares todo esto para que nosotros, a su debido
tiempo, podamos contestar a los hombres que nos preguntarán, para instruirles y tranquilizarles». (Gr V 247, 1-3). A su pregunta, Pedro recibió
la siguiente contestación: «Tú preguntas por una causa buena y justa, la
cual tú -a pesar de habértelo explicado- como hombre que eres, no podrás comprender nunca del todo. Después de Mi resurrección y cuando tú
habrás renacido en el espíritu podrás comprender clara y puramente el gran
"por qué".
»Yo, como único portador de toda la existencia y de la vida, debo redimir lo que desde la Eternidad y por Mi voluntad estaba previsto, a través
del juicio y de Mi muerte. Por esto Mi carne asume el antiguo juicio y
antigua muerte, para así liberar y desligar las ataduras puestas por la voluntad divina, para que todo lo creado pase de la muerte a la vida libre y
autónoma. Por esto vino al mundo el Hijo del hombre: "para salvar lo que
había perecido". (San Mateo 18, 11). "¿Qué os parece: si alguien tuviera
cien ovejas y se perdiera una de ellas, no dejará las noventa y nueve en
el monte y se irá en busca de la descarriada?" (San Mateo 18, 12). "Y
si logra encontrarla, os aseguro que se goza por ella más que por las noventa y nueve que no se extraviaron". (San Mateo 18, 13). (Gr V 247, 4-7).
"He venido materialmente a este mundo para buscar la oveja perdida y
llevarla a su meta de beatitud." Sólo en este Mi cuerpo material, el espíritu
y la voluntad de Dios se harán apacibles y flexibles. Cuando esto haya
ocurrido, entonces Mi materia debe ser destruida del modo más cruel e
humillante, para que el espíritu de Dios dentro de Mi, en su plenitud y unido
a Mi alma, pueda despertar, liberar y reanimar la materia destruida, como
purificada por un fuego de amor; es entonces cuando resucitará como vencedora sobre la muerte.
»Ya os previne que no podéis captar del todo, el por qué y cómo esto
ha de ocurrir, pero vosotros podéis intuir que el hecho es necesario por
más absurdo que pueda pareceros, para así elevar todo lo creado a una
vida libre y autónoma y pura en Dios, dentro de un justo espacio de tiempo.
»Tal como os he revelado para vuestra comprensión, lo vais a comprender en vuestro interior -al igual como veis quienes son los pequeños
realmente-, y así entenderéis la voluntad del Padre, que no quiere que
ni uno sólo de estos pequeños se pierda. » (San Mateo 18, 14) (Gr V 247,
9-12). Según el orden antiguo nadie podía alcanzar el cielo que había estado
atado a la materia. (Gr IV 109, 4). El nuevo orden consiste en que «Yo mismo
Me he hecho hombre y penetrado la materia, de este modo he dado la posibilidad para que todo lo antiguo y condenado de su esencia espiritual
llegue a la
beatitud. Y esto en si es la "segunda creación", que he previsto desde la
Eternidad y sin la cual ningún hombre en esta u otra tierra puede alcanzar
la felicidad completa. La redención consiste en primer lugar en Mi doctrina
y en segundo lugar en Mi encarnación como hombre, por la cual se ha destruido y vencido el poder del viejo infierno». (Gr VI 239, 3-5).
La redención tiene una relación causal con la caída de Adán que se denomina «muerte espiritual». (Gr IX 83, 5).
«El hombre se volvió impotente y perdió el poder sobre todas las cosas
de la naturaleza y, desde entonces debe ganarse física y espiritualmente, con
la ayuda de su inteligencia, el pan con el sudor de su frente.
»Y, mirad, de este modo los hombres se han ido apartando de Dios
y de su verdadera vida interior con el correr del tiempo. Ahora ya no creen
ni en Él y tampoco en una vida posterior del alma después de la muerte material. Y como ahora Dios ha venido a los hombres en toda su plenitud, con
su poder, gloria, y sabiduría, ellos no le reconocen y en su ceguera no lo
creen posible, aunque para Dios no hay nada imposible.»
Toda la tierra, con su género humano es un infierno. El mundo y el
infierno son uno, como el cuerpo y él. Nadie hubiese podido conseguir tan
alto grado de perfección antes de Mi encarnación, por esto he venido a
la tierra para hacer renacer el espíritu en vuestras almas y hacer de vosotros
Mis verdaderos hijos. (Gr IV 218, 1).
Hasta ahora (o sea hasta la resurrección de Jesucristo, el autor), nunca
alma alguna que haya dejado su cuerpo, ha sido trasladada fuera de esta
tierra. Incontables almas, empezando por Adán, hasta la hora presente languidecen en la noche de la tierra. A partir de ahora serán liberadas. Cuando
Yo me haya ido hacia las alturas abriré el camino de la tierra hacia el Cielo
a todo y ellos entrarán en la vida eterna por este camino. Mirad, ésta es
la obra que el Mesías ha de cumplir. (Gr I,62, 9-10).
Por todos los tiempos venideros y desde la eternidad deseaba hijos
verdaderos iguales a Mi, no como hijos comunes simplemente creados, para
que ellos luego reinaran conmigo sobre el infinito. Para conseguir esto Yo,
el infinito y eterno Dios tomé carne como envolvimiento de Mi centro vital
de esencia divina, para presentarme a vosotros, Mis hijos, como Padre visible y palpable y para enseñaros Mi corazón y la verdadera doctrina del amor,
la sabiduría y el poder por el cual gobernaréis conmigo, no sólo sobre todo
lo creado en este período de la Creación, sino sobre todo lo creado anteriormente y lo que aún debe venir.»
«En lo que concierne a Mi sufrimiento, he padecido en Mi cuerpo como
otro hombre cualquiera y como se lee en los Evangelios. Padecía como ser
humano, mas el Yo divino dentro de Mí doblaba el sufrimiento, siendo
Mi padecimiento a la vez externo, carnal e interno y divino.»
«Ya sabéis en qué consiste el sufrimiento exterior, pero otra cuestión
es el sufrimiento "divino". Para que lo podáis entender, pensad lo que significa cuando el Eterno en este periodo de padecimiento se salió de Su
eterna e ilimitada libertad, tomando morada en el corazón de Su "hijo"
sufriente.» (Hi I, pág. 327, 8-9).
Ya se ha explicado anteriormente, que Adán como primer hombre de
esta tierra -en el sentido de ser libre espiritualmente- ha sido creado para
constituir la forma desde la cual la materia pudiera volver a una vida libre.
Parte de esta libertad es sobre todo la superación de la materia en sí,
o sea en libertad debe tomarse la decisión de crear la condición que encierra
en sí la victoria sobre las tendencias bajas, los vicios y deseos mundanos
y del otro lado, ofrece la posibilidad de una evolución hacia una vida puramente espiritual.
A veces se ha dicho que el alma humana comienza por pequeños inicios,
los cuales, al ir creciendo evolucionan hasta niveles de conciencia cada vez
más elevadas para llegar finalmente a aquella forma que es el hombre.
Como forma terrena no admite más evolución, pero sí en su forma
espiritual. Por esto hallamos dentro del hombre dos principios: el fin de la vida
material con una autoconciencia plenamente conseguida, y el comienzo de
una vida inalterable, espiritual en su máxima perfección. En esta encrucijada el hombre no puede cerrarse a la
concienciación -y con esto mismo lo
demuestra- pero al mismo tiempo no se da cuenta que ha llegado al borde
de la vida espiritual, que se inicia en la forma humana permanente. En otras
palabras: después de haber experimentado muchas transformaciones físicas
para llegar a la forma humana, ésta se mantendrá inalterable en su aspecto
general, pero dando comienzo a una transformación espiritual con la meta
de acercarse cada vez más al espíritu divino y entrar en comunión con Él.
¡Quien es capaz de pensar, que piense! ¿Qué puede ocurrir cuando no se
consiga esta transición? Aquí se enfrentan bruscamente la materia y el
espíritu, que recíprocamente pueden perfeccionarse, pero -como polaridades
que son- nunca Ilegarán a tocarse. Hay que enseñar, por lo menos un camino, tender un puente que haga posible llegar desde la materia al espíritu.
Y este camino debe ser un ejemplo a seguir para todo el mundo. Si no
se encontrara este camino, es decir, si el hombre no llega a emprenderlo,
la liberación de la materia para llegar a una vida espiritual sería imposible.
Con esta caída el pecado entró en el mundo, no porque Dios crease una
obra para luego destruirla, sino porque el camino emprendido se ha de seguir, ya sea corrigiéndose sobre la marcha. Para eso, la sabiduría divina
contó desde el principio con la posibilidad de un fracaso. Pero si se crean
creaturas libres y no máquinas espirituales, no queda otro camino que el
de la auto-educación del hombre. Con la creación de la raza humana, como
pueblos, dio comienzo la larga serie de pecados cada vez más serios, que tomó su principio en la desobediencia. Esto quiere decir: si Adán no
hubiese sido desobediente, ninguno de sus descendientes hubiese sido desobediente, ya que Adán
habría suprimido dentro de sí el germen del pecado, por
lo tanto no lo hubiesen heredado sus descendientes. Pero así hizo brotar
aquella semilla mala que se desarrolló, convirtiéndose en árbol, un árbol
que apenas deja ver la luz del sol a través de sus hojas. (Gr XI, págs. 209-211)
Dios dio un mandamiento a Adán: la obediencia incondicional. Éste lo
despreció y cayó. Jesús hombre se sometió a esta ley libremente por amor
a Dios, para no actuar contra la voluntad de Su Padre y de este modo se
convirtió en ejemplo para ser imitado. Su desarrollo interior llegó a un nivel que Adán no consiguió y así apaciguó la divinidad, que
había sido herida en su santidad por la desobediencia a la ley. La sabiduría dio el
mandamiento, la voluntad y el poder exigieron el cumplimiento, el amor encontró
el camino en Jesús hombre para cumplir las condiciones necesarias para
devolver la beatitud anterior a todas las creaturas. La redención consiste
en la abertura de este camino que lleva directamente hacia Dios, abierto
por Jesús hombre que así se hizo Hijo de Dios. La muerte de Jesús es la
confirmación de la obediencia incondicional. (Gr XI, pág. 214). El árbol
del pecado solamente pudo ser destruido por Jesús, por contener dentro
de sí el espíritu divino que había dado el mandamiento a Adán que éste
no cumplió.
La divinidad misma desea que sus creaturas vuelvan hacia ella,
consiguiendo una relación de padre a hijo. Dios, en su amor y con tal de permitirles su salvación, los encerró en la materia, una vez habían alcanzado el
grado límite desde donde comienza el camino espiritual. Adán debía constituir este posible puente. El camino para él hubiese sido fácil, porque las
tentaciones materiales en su época fueron pequeñas comparadas con las de
hoy. Él, solamente con el vencimiento de sí mismo y la obediencia, habría
construido el puente, despertando en sí la vida espiritual, ya que para el hombre libre de pecado, la obediencia a Dios es la única prueba que ha de superar.
A partir de la desobediencia surgieron todos los demás pecados, tal como
lo podemos observar en lo niños. Pero Adán cayó en pecado y con este
hecho ocurrió la re-entrada en la materia, es decir, se vio en la oposición
que lleva a apartarse de Dios, en vez de acercarse a Él para alcanzar el
más alto grado de perfección.
Ahora se puede argumentar: ¿Dónde está la prueba, que demuestra que
maestros anteriores no hicieron lo mismo? Lo que se ha explicado no es
visible al ojo humano ya que es un hecho interior acerca del cual nadie
puede hablar sino Jesús mismo, mientras los hechos externos, como la aparición de maestros excelentes, su vida y buenas enseñanzas, como también
su muerte, se han demostrado en varias ocasiones. Pero aquí el árbol del
pecado quedó realmente destruido, mientras en los otros casos solamente
algunas hojas han quedado afectadas. Hacia fuera no se nota la diferencia,
el pecado sigue creciendo actualmente como nunca y la humanidad solamente juzga por signos externos. Sí, a primera vista parece que nada haya
cambiado, pero no es así.
Cada hombre que emprende este camino se dará cuenta de la verdad.
La apariencia externa no significa nada, es como una nuez vacía. Pero quien
ni siquiera desea emprender el camino interno, tampoco se dejará convencer. Tiene tan poca idea acerca de este camino, como un ciego pueda tener
una idea de los colores. Aquí lo que es decisivo es el éxito. ¡El camino existe, emprendedlo y luego juzgad!
«Sin Mi nadie puede llegar al Padre»; y sin la fe en Jesús ningún sabio
ha podido intuir la todopoderosa esencia de Dios como fuente y principio
de todo el amor que se presenta personalmente. Lo invisible se hace visible
en Jesús y la fusión de los dos en una forma humana hace posible el acercamiento de la creatura a su creador; la fusión de la materia con el
espíritu,
la reentrada de materia y espíritu a través de la separación, como consecuencia del pecado, por encima de los dos polos opuestos que nunca se
podrían encontrar. La vida de Jesús es el puente para unir estos polos.
Ahora se nos presenta la pregunta: ¿Hasta dónde llegarían las almas
de los difuntos anterior a la muerte de Jesús? Desde luego pudieron llegar a la
autoconciencia y a una beatitud, según las enseñanzas recibidas de otros
maestros anteriores, pero nunca alcanzarían la visión de la divinidad
personificada.
Por primera vez esto ocurrió en aquel tiempo cuando el cuerpo de
Jesús estaba en la tumba. El cuerpo puramente terrenal estaba reposando allí,
mientras el alma con el espíritu habitando dentro de ella se pasó al otro
lado y desde allí se demostró a todos cómo era en verdad y para siempre. (Gr XI,
pág. 214 ss.).
En todos los cuerpos celestes habitados por seres de forma humana se
ha dado a conocer la encarnación del Señor. (Gr I 215, 4).
Si Dios actúa este hecho no es válido solamente para nosotros en este
rincón, sino que es válido para toda la inmensidad del espacio y para todos
los tiempos. Por esto se dice: quien sea capaz de comprenderlo, que lo comprenda en toda su profundidad. (Gr III 80, 10).
Antes citamos la exclamación de Pedro que «el sufrimiento de Jesús
será la piedra donde tropezarán muchos hombres», y Pedro tuvo razón.
Empezó ya con Ario en el siglo IV, cuando este obispo negó la divinidad de Jesús, ya que no se pudo imaginar que Dios pueda sufrir todo esto
como hombre. Según Ario, Jesús debía ser una especie de superhombre y
hacia finales del siglo IV parecía que la mitad de los cristianos se pasarían
al lado de este falso maestro. Pero esto ocurrió sólo en apariencia, ya que
una mano invisible dirigió la evolución en otra dirección. Pocos cristianos
conocen el nombre de este herético en la actualidad.
Desde el comienzo de las investigaciones críticas de la Biblia, por los
teólogos protestantes liberales, la divinidad de Jesús se ha negado muchas
veces y en medida cada vez mayor en la actualidad. El colmo es la manifestación del teólogo Bultmann: «Qué mitología más primitiva que enseña que
un hombre convertido en divino pueda llegar a expiar los pecados de los
hombres con su sangre».
Los escritos de Heinz Zahrnt manifiestan el mismo parecer. Para él lo
de Jesús «no es algo sobrenatural». «Dios puede hablar y actuar a través
de cualquier hombre.» Para apoyar su tesis, Zahrnt se refiere precisamente
-escuchen y se sorprenderán- a Pilato, refiriéndose a la exclamación de
éste: «Mirad este hombre». En cambio Zahrnt ignora por completo el párrafo del evangelista san Juan, cuando Jesús a las preguntas hechas ante
el Sanedrín, de si él es verdaderamente Dios, responde: «Sí lo Soy», jugándose con su contestación la vida.
Todo lo que no se ajusta a lo puramente racional, es apartado por los
críticos como «tradición de la comunidad», como ilógico, fantástico y
contradictorio.
Cuando Jesús en presencia de su madre predijo su sufrimiento a los
apóstoles, María se asustó mucho y se preocupó. Cuando quiere insistir en que
su hijo se aparte del peligro, él le contesta: «Hay cosas que solamente yo pueda comprender, no hables más del asunto».
Estas palabras y las siguientes, dictadas a Lorber, harán desvanecer
cualquier crítica: «Hay una inmensidad escondida en este hecho (la muerte en
la cruz, el autor), y para toda la eternidad deberéis profundizar en este
hecho».
Hemos citado a Bultmann y Zahrnt pars pro toto. Las explicaciones
según las cuales Jesús no es Hijo de Dios y Salvador, sino «una voz de
Dios», un profeta, un maestro ideal o un hombre de buen ejemplo y, lo
que incluso se llega a leer últimamente -«un hombre interesante»- pasan
a través de toda la literatura teológica moderna. Cuantos literatos trabajan
en la obra destructiva de la cristiandad tienen grandes éxitos y muchos
aplausos. El daño causado al alma es inmenso. Al principio afectó a la esfera
intelectual, pero ahora en el tiempo de los «mass media» el proceso de disolución corroe también a la gran masa del pueblo. La mayoría de los lectores
u oyentes son incapaces de juzgar con criterio propio las teorías propagadas.
El descrédito en que han caído las iglesias con su manejo a veces osado
de la verdad, favorece la inseguridad de los hombres de hoy.
El punto de salida y origen de esta evolución es la eliminación de todo
lo metafísico. «Ha sido arrinconado el antiguo esquema de los dos mundos», escribe Zahrnt, «...ha pasado a la historia la diferenciación de la
realidad en un mundo de aquí y otro mundo del Más Allá. La negación de
la divinidad de Jesús y de la vida eterna del alma en el mundo del Más
Allá significa la destrucción del núcleo de la fe cristiana. Paralelamente
a esto, se expande el positivismo y el materialismo en las disciplinas de las
ciencias naturales». «En esta evolución», dice con buen criterio Dietrich von
Hildebrand, «podemos ver la auténtica enfermedad psíquico-moral de nuestro
siglo».
Pero lo transcendental existe, aunque se quiera negar. Todavía tiene
validez lo dicho por Goethe: «El mundo del espíritu no está cerrado. Es tu
sentido que está cerrado, tu corazón que está muerto». «Las verdades religiosas más profundas no se pueden comprender a base de un estudio
intelectual», como dice muy bien Walter Nigge
Si hemos perdido todo sentido para el misterio, la mente caerá en la
tentación de negar y rechazar todo lo que no entra en el esquema de la
lógica humana. El arrogante racionalismo se eleva sobre el conocimiento: finitum non capax finiti es decir, que lo
limitado no puede comprender lo ilimitado. Por esto se dice en el Eclesiástico 1, 6: «La raíz de la sabiduría,
¿a quién fue revelada y ¿quién conoció sus secretos designios?» La Nueva Revelación da
explicaciones aclaradoras a textos del
Evangelio difíciles o equívocos
«En principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el
Verbo era Dios. El Verbo estaba con Dios en el principio. Todo fue hecho
por el Verbo y ni una sola cosa de cuantas existen ha llegado a la existencia
sin él. Y el Verbo era la vida. Vida de los hombres, es luz. Aquella luz
que brilla en las tinieblas y que nunca han obtenido.» (San Juan 1, 1-5).
La explicación de la Nueva Revelación: Una razón principal de la mala
comprensión de este texto, está en la traducción incorrecta o deficiente de
la Escritura. Ahora ha llegado el tiempo de demostrar el verdadero sentido
de aquellos textos, para que los que sean dignos de participar lo comprendan. La expresión «en el principio» es errónea y esconde el auténtico
sentido interior, porque a base de esta expresión se puede discutir la eterna
permanencia de la divinidad y se podría dudar de ella, lo que ha ocurrido algunas veces por parte de sabios del mundo, cuyos discípulos negaron a Dios.
Una vez rectificado el texto, la funda que lo tiene cubierto parecerá más
ligera y transparente y el verdadero sentido se podrá ver. La traducción
correcta dice así: «En el fondo original, como causa fundamental (de todo
ser) existió la luz (la idea creadora, el pensamiento grande y sagrado del
Creador). Esta luz no estaba solamente en su interior, sino también con
Dios, o sea la luz emanó del Creador como esencia visible y de este modo
no solamente estaba dentro de él, sino con él y en cierto sentido confluía
el ser divino original, con lo cual ya estaba puesto el fundamento para la
futura encarnación de Dios. Entonces, ¿quién o qué era aquella luz, aquella
idea grande, este pensamiento sagrado fundamental de todo ser futuro esencial o libre? No podría ser otro sino Dios mismo, porque en Dios y a través
de Dios no puede aparecer ninguna otra cosa que el ser eterno y perfecto
del mismo Dios; y así el texto se puede leer de esta manera: «Dentro de
Dios mismo estaba la luz, y ésta fluía dentro de Él y alrededor de Él y
Dios mismo era la luz». (Gr I 5-8).
«No os figuréis que vine a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer
la paz, sino espada. Pues he venido a desunir al hijo de su padre, la hija
de su madre, y la nuera de su suegra. Los enemigos de cada uno serán
sus familiares. » (San Mateo 10, 34-36).
Explicación de la Nueva Revelación:
Quien toma literalmente estos versículos, traducidos muy deficientemente,
se encuentra necesariamente en un laberinto de errores, del cual no se puede
salir ni siquiera con la luz del sol central original. Como se puede deducir
de lo dicho anteriormente, Yo enseño y pido indulgencia, paz y amabilidad
entre los hombres, y Moisés mismo, en el Cuarto Mandamiento recibido
de Mi boca os manda: «Honrarás y amarás tus padres, para que vivas largamente y tengas felicidad en la tierra».
¿Como podría oponerme a esta doctrina, diciendo que el hijo viva en
discordia con el padre, la hija con la madre, la nuera con su suegra, etc.,
y llamando a los familiares a vivir con la espada en alto, en vez de vivir
en paz? Para comprender estos textos, dados por Mí originalmente, y para
aceptarlos como Mi doctrina, hay que saber primeramente en qué circunstancias fueron pronunciados. La ocasión se dio cuando Yo enseñaba al
pueblo en un lugar de Galilea y cuando hablé de las obligaciones hacia Dios
y entre ellos. Entonces les dije: «No os digo otra cosa que lo que Mi Padre
Me enseñó desde la eternidad. Y vosotros decís que también es vuestro padre, pero al cual no conocéis ni le reconocéis. Si le conocierais, me
conoceríais también a Mi, ya que es Mi padre que me envía». Ellos contestaron:
«¿Qué haces de Ti mismo, no somos todos hijos de Abraham? ¿No dijo
Dios a Abraham que todos los descendientes de él serían hijos suyos?».
Entonces me alteré y les dije: «Según vuestra descendencia de Abraham
deberíais ser hijos de Dios, pero hace ya tiempo que no lo sois, y vuestro padre es Satanás y
vuestra madre la legión de diablos y la suegra de vuestra nuera es la ceguera,
la maldad y la inercia: no hay mayores enemigos del hombre que estos vuestros propios
vecinos que habitan en vuestras casas. Quien de vosotros deseare volver a ser hijo de Dios,
que tome la espada de la verdad, tal como Yo hablo con vosotros, y luche
hasta que haya vencido a estos habitantes caseros».
Entonces un grupo de fariseos y sabios preguntó cómo Me atrevía a
llamaros hijos de Satanás, hijos de la legión de diablos, hijos de la ceguera,
la inercia y la maldad, siendo probado que todos venían de la rama de Leví.
Pero Yo les contesté: «Según la carne, sí, pero según el espíritu no venís
como Leví, desde arriba, desde donde vengo Yo, sino desde abajo. Por
esto no me reconocéis y me odiáis y me perseguís».
De todo esto se puede concluir, y es fácilmente comprobable por un
entendido en escritura hebrea, que los tres versículos del capítulo 10 del
pseu
do-evangelio de Mateo -anotado por el conocido L'Rabbas de Sidón- han
sido pronunciados literalmente tal como viene explicado arriba. Con aquella versión equivocada de la traducción habéis sacado algo completamente
contrario a Mi Espíritu. Con esta versión se anulará Mi doctrina del amor al
prójimo y se anularía la ley de Moisés» (Gr XI, págs. 257-259)