Las civilizaciones aparecen y vuelven a desaparecer. Pocas veces una
civilización ha llegado tan rápidamente a la perfección como en la era de
la técnica. La ciencia y la técnica han acaparado todo, llegando a una capacidad jamás soñada. El hombre se pierde vertiginosamente en el torbellino
del progreso. Si surgió algún escrúpulo, se silenció con el eslogan
estereotipado: «No hay que impedir el progreso». Grandes partes de la humanidad
perdieron su fe religiosa y se sometieron incondicionalmente a una fe en
las ciencias. Ya no se dudaba de que al hombre todo le era posible alcanzar.
Si en tiempos pasados los monarcas a veces prometieron a sus súbditos
de llevarlos hacia unos tiempos mejores, ahora son los futurólogos que se
encargan de esta tarea.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo técnico se aceleraba cada vez más. Las curvas de la producción y de los ingresos reales
subían y subían, incluso más que el rendimiento. El mercado de mano de
obra quedó vaciado y pronto entraron más de dos millones de obreros extranjeros inmigrantes, para mitigar la falta de mano de obra, y para aumentar
más el bienestar propio. Nadie se preguntaba entonces si esto a la larga
no traería problemas con el desarrollo desbordante. La masa no dudaba
que el bienestar alcanzado seguiría indefinidamente. La palabra «paro»
se convirtió en un concepto obsoleto. Los políticos de todos los partidos
no cesaron de hablar de mejoras y no atendieron a ciertos avisos de renombrados científicos que hablaron de consecuencias previsibles en el medio
ambiente. La nueva generación, adicta al progreso desconocía el espíritu de
autosuficiencia del año 1945. Parecía que la humanidad se acercaba a condiciones paradisíacas.
En aquellos años, no hace mucho de esto, no hubiese sido prudente ni
efectivo dar a conocer al público en general las catástrofes anunciadas por
el profeta Jakob Lorber. Con sólo citar la profecía de Lorber acerca de
un paro generalizado en gran parte del mundo, hubiese bastado para desechar las manifestaciones del profeta como productos irreales de la fantasía.
Entonces los libros de pedidos estaban al completo y la falta de mano de
obra estaba a la orden del día. Y cómo puede un profeta hablar de carencia
y de hambre, cuando las tiendas rebosaban de mercancías y la oferta podía
satisfacer cualquier necesidad. Pero en muy pocos años el escenario cambió
por completo. En el eterno azul del cielo del país del milagro económico,
aparecieron obscuros nubarrones. A1 mismo tiempo se recibieron noticias
intranquilizadoras de todas partes del mundo. En el otoño de 1973 estalló
la tormenta con un trueno muy fuerte, cuando los jeques de los desiertos,
hasta ahora casi desapercibidos, comenzaron a cerrar los grifos del petróleo. Entonces las masas de millones en los países industrializados se dieron
cuenta que su existencia no se basaba en fundamentos tan firmes como habían llegado a creer. El número de parados y de trabajadores a jornada
reducida subió de un modo alarmante.
Otras preocupaciones se suman a éstas, no siendo aún tanto del
dominio público: los daños ecológicos, de rápido aumento y con los riesgos
imprevisibles. Las estipulaciones de los investigadores científicos no anuncian
nada halagüeño para el futuro. Trataremos en adelante este tema más extensamente, porque ya ahora los resultados obtenidos por los científicos,
confirman hasta el mínimo detalle las predicciones de Lorber.
Según las manifestaciones de Lorber, la humanidad se encuentra ahora
en el tiempo final, repleto de catástrofes de toda clase. Tiempo final no
quiere decir fin del mundo. Según Lorber la tierra seguirá su trayectoria
alrededor del sol durante muchos millones de años «con o sin hombres».
Los grandes cataclismos conllevarán tribulaciones inimaginables y terminará el fin de la actual era técnica. No son ideas del propio Lorber como
se ha demostrado en el capítulo: «las pruebas de la autenticidad de la profecía de Jakob Lorber». A Jakob Lorber se le puede aplicar lo dicho en la
II Carta de san Pedro (1, 21): «Nunca la profecía fue proferida por impulso
humano, sino que impelidos por el Espíritu Santo hablaron los hombres
mensajes de Dios».
Las manifestaciones de Lorber tienen una extensión apocalíptica y son
de una gravedad espantosa. Son también de gran seriedad e insistencia los
avisos y advertencias a la humanidad, que vienen unidas a las predicciones,
para que el mundo no siga el camino equivocado del materialismo teórico
y práctico. La Nueva Revelación no deja lugar a duda que las catástrofes
previsibles en parte ya ahora, son de origen espiritual. Como dijo Blaise
Pascal: «en cada pecado habita la guerra total», análogamente se puede
decir que las actuaciones erróneas de la humanidad promueven catástrofes
de cualquier tipo.
«Todas las catástrofes de la historia se originan en el espíritu y en la
ética moral antes de convertirse en luchas materiales por el poder» (Reinhold
Schneider).
La Nueva Revelación dice: «Todo lo malo que ahora se ve como tal no
ha sido creado por Mí, sino que es un producto del mal uso del libre albedrío del hombre, como seres libres pueden hacer lo que quieren, pero las
consecuencias también corren de su cuenta». (Pr 83).
El Señor expuso a los apóstoles las condiciones de nuestra era con las
siguientes palabras: «en aquellos tiempos los hombres habrán llegado a un
elevado grado en sus conocimientos y artes (técnicas), a base de incansables
investigaciones y cálculos debajo de las ramas extendidas del árbol de la
sabiduría; habrán conseguido grandes logros con las fuerzas de la naturaleza, ahora
aún desconocida y también dirán: Mirad, éste es Dios y no hay
otros. Y no habrá fe entre estos hombres». (Gr IX 89, 1, 2). «Con el tiempo habrá un vacío de fe entre los hombres.» (Gr IX 89, 10). ¡Este tiempo
ha llegado! El siglo xx ha entrado en su última fase, esto se deduce, tanto
de su perfeccionamiento técnico como de su ateísmo, ambas señales pronosticadas. La técnica que todo lo considera posible es el
antiespíritu, puesto
al servicio del demonio, que llega a ser el destructor del mundo ambiente.
Los filósofos de nuestro tiempo colocaron el existencialismo y el ateísmo
en el lugar de Dios y millones han aceptado sus teorías.
Según Lorber, el tiempo final ya comenzó con las dos guerras
mundiales que castigaron a la humanidad. Otra parte de los acontecimientos anunciados que iban a traer muchas penalidades a los hombres son los sistemas
de terror, bajo Stalin e Hitler. Lorber dice con respecto a esta época: «Los
poderosos se servirán de los hombres como si de animales de tratara y los sacrificarán con frialdad absoluta y sin ningún remordimiento, en caso de
que no se sometan sin replicar. Actuarán con presiones y persecuciones contra
cualquier espíritu libre». (Gr I 72, 2). «Hasta que todo esto ocurra pasarán
mil años (desde el tiempo de Jesús) y casi otros mil años más.» (Gr I 72, 3).
El poder y la caída de Hitler se describe con el empuje genuino del pro-
feta: «Al principio hay aislamiento y cierre por todas partes» (prohibición
de prensa extranjera, el autor), luego la «guerra de las plumas» (propaganda, el autor), y luego la guerra
real con la espada. «Cuando se está luchando en esta guerra múltiple» (guerra mundial) se medirá y se calculará con
exactitud lo que cada hombre puede tener y comer (racionamiento de alimentos y de ropa, el autor), lo que debe saber, lo que puede hablar y
escribir (restricciones de la prensa, de la radio, prohibición de escuchar emisoras
extranjeras, es decir, et control total de cada uno, el autor). «Se formará
un círculo y el que se encuentra dentro del mismo es considerado perfecto.»
(Los alemanes como son considerados una raza superior «herrenvolk», por
tanto, dentro del círculo, el partido, el autor.) «Éste será el círculo.» «Pero
en secreto me tomaré la libertad de terminar con tal locura. ¿Cómo? ¡Lo
sé muy bien! Esto será el fin de la canción tontísima de aquella
generación.» (Die Fahne hoch, el autor). «Mirad, cómo el oso polar (URSS) afila
los dientes en el hielo.» «Vuestra grasa se derretirá en las costas heladas
de Siberia (los prisioneros de guerra alemanes, el autor).» (Hi II, pág. 302).
Lorber también predijo la destrucción de las grandes ciudades alemanas
por el fuego durante la Segunda Guerra Mundial: «Esta vez toda Europa,
sobre todo las ciudades industriales serán castigadas duramente». (Hi II,
pág. 308).
«Y muchas otras ciudades serán purificadas por el fuego y el agua.»
(Hi II, pág. 79). (Esta profecía puede referirse también al futuro.)
«Un pueblo quiere ser mayor que el otro, un reino más poderoso que
el otro. La soberbia de los pueblos no conoce ya medida, hasta los cielos
más altos sube el vapor del infierno.» «Y, mirad, ha llegado el tiempo,
desvelad vuestros ojos: ¡un pueblo se levanta contra otro! Si se pregunta
por qué, te dicen: «por pura soberbia.» (Wiederk. 16).
«Ahora la tierra será castigada con un diluvio espiritual, como
hace 4.000
años, con un diluvio material en tiempos de Noé. Aquél mató la carne,
pero éste mata el alma y el cuerpo.» (Wiederk. 6S).
«Si con la destreza adquirida por el hombre también aumentan su
egoísmo, su avaricia y su ansia de poder y, por lo tanto, se obscurecen las mentes humanas, es más que natural que las consecuencias peores no se dejen
esperar. » (Gr V 108, 4).
«Por intereses temporales, los hombres muchas veces pisan con sus pies
todo lo bueno, lo justo, lo verdadero y actúan en contra todas las virtudes.
Día a día podemos hacer esta experiencia y esto demuestra una vez más
que el libre albedrío del hombre no puede ser reducido o puesto en peligro. Así es posible que los hombres, con el tiempo 1leguen a inventar grandes
cosas y consigan tomar influencia en la naturaleza en la tierra, que al final
ésta termina siendo herida. Las consecuencias no serán agradables y aparecerán como castigo seguro de la voluntad mal empleada, pero no ha sido
Mi voluntad, sino la voluntad de los hombres que ha causado todo esto.» (Gr V 109, 6).
La expresión del profeta, «que la tierra será herida», se cumple con
un hecho que asusta y que tiene importancia en su extensión. Después de
las siguientes explicaciones, el lector comprenderá los daños ecológicos que
sobrevendrán. Los peligros ya tienen cierta gravedad para la vida y aumentan de manera espantosa. La población todavía sabe poco de estos peligros.
Mientras los hombres no sufren inmediatamente no toman nota, y cuando
se les toca muy de cerca, como por ejemplo con la muerte de un niño a
causa del cáncer, no averiguan la relación. Pero a partir de ahora todo ocurre muy deprisa.