En la época Meiji, los japoneses talaron sus bosques, las consecuencias
fueron las inundaciones catastróficas. Después de la II Guerra Mundial, los
americanos elaboraron un plan para convertir a Alemania y al Japón en
zonas agrícolas. En el año 1945, los americanos obligaron a los japoneses
a talar los bosques y convertirlos en tierra de cultivo. La naturaleza volvió
a contestar con grandes inundaciones y la erosión del suelo. Pronto los tiempos cambiaron -como se sabe- y los japoneses pararon la destrucción
de sus bosques. Los mismos fenómenos que se observaron hace algunos
decenios en el Japón, se han visto aumentados actualmente en todo el mundo en un grado nunca conocido. Unos huracanes con lluvias torrenciales
inundan grandes extensiones de tierra en todas las partes del mundo. En
la India, millones de hombres sufren a causa de las crecidas de los ríos.
En el año 1865 aquel país estaba cubierto por bosques en un cincuenta y
siete por ciento, hoy alcanzan apenas el diez por ciento del territorio. Los
científicos saben que la tala masiva de los bosques traerá graves
consecuencias. En vano ellos nos ponen sobre aviso, advirtiendo que estas
intervenciones dañan sensiblemente el sistema ecológico.
También la Nueva Revelación nos pone sobre aviso, hablando de los
peligros por la tala masiva de los árboles, por «una industria desmedida»
(Gr IX 63, 6). Se hace hincapié sobre la relación existente entre la reducción
de los bosques y los huracanes que se desatan. «Mientras existan bosques
en la tierra en una medida adecuada, no se desatarán sobre la tierra grandes
tormentas elementales, ni aparecerán las diferentes plagas epidémicas.» «Pero
cuando el hombre, en su afán de lucro, atenta contra los bosques en la
tierra, entonces la vida se volverá difícil para el hombre, y más difícil donde
haya más claros (por la tala, nota del autor) en los bosques.» «Tenedlo
en cuenta, para avisar a los hombres antes de emprender este trabajo
desatadamente.» (Gr IX, 63, 6).
«Son necesarios los bosques tupidos, porque tienen muchas finalidades.»
(Gr VIII 63, 4).
De hecho, la flora y la fauna de los bosques representan un sistema
altamente sofisticado y muy diversificado, cuya complejidad es poco conocida
en vistas a sus efectos climatológicos y de la formación de oxígeno.
Pero ni en los países industrializados ni en los países en vía de desarrollo
toman en consideración las consecuencias nefastas de la destrucción de los
bosques. A causa del incremento explosivo del número de habitantes en el
sur y el sureste de Asia, anualmente se destruyen más de quince millones
de hectáreas de bosques por tala o quema. La explotación exhaustiva de
los bosques en las regiones montañosas asiáticas, con las montañas más altas del mundo, ha llevado a una erosión preocupante de las laderas y a
inundaciones en las grandes planicies de la India.
En pocas décadas, grandes extensiones de bosques han sido
«asesinadas» en el Brasil. Desde el 1900 la proporción de bosque bajó del cuarenta
al cinco por ciento. Como era de esperar, no tardaron en producirse grandes inundaciones. Según datos de los expertos, hace cien años, la parte
cubierta de bosques en el mundo representaba 4.500.000.000 m.2, mientras
que en el año 1960, solamente quedaban 2.700.000.000 m.2 de bosques.
Los geógrafos, botánicos y ecologistas registran un aumento alarmante de
desiertos en todas las partes del mundo. Una tercera parte de la actual tierra de cultivo se convertirá en zona desértica en los próximos quince años,
según unos datos recogidos de los especialistas de la ONU. Las regiones
consideradas hasta ahora como seguras, como los USA y el Canadá,
se cuentan ya entre las zonas en peligro.
Jakob Lorber predijo que la deforestación tendría consecuencias:
«...y gustaréis las amargas consecuencias pronto», «...tormentas devastadoras destruirán países enteros...». (Gr V 109, 1).
Esto se ha cumplido en nuestro siglo. La tala masiva de grandes
extensiones de bosques en los USA y la introducción del monocultivo sin protección de setos, ha destruido enormes extensiones de tierras en el siglo xx.
En marzo de 1934, un tornado se llevó trescientos millones de toneladas
de tierra de humos al Atlántico. En un solo día 160.000 granjeros perdieron
sus grandes fincas. El profesor Yudkin calcula la extensión total de la zona
en unos ciento veinte millones de hectáreas (igual a 1,2 millones de km.2,
¡compárese con la República Federal de Alemania, que tiene una extensión
de 248.000 km.2!).
El autor cita textualmente: «En medio de la más rica zona triguera
-hasta hace pocos años- una extensión de la magnitud de Francia y Alemania juntas, se ha convertido en un auténtico desierto, otra de igual
tamaño, amenaza en correr el mismo riego». Dos terceras partes de la extensión
de USA, son actualmente zona desértica debido a la intervención del hombre.
Para frenar la erosión, los USA gastan anualmente mil millones de dólares. ¿No se cumple así al pie de la letra lo que dijo Lorber, hace más
de un siglo, cuando profetizó: «grandes zonas, de una extensión de «países
enteros» se destruirán, o sea, se convertirán «en desiertos»? «...y las
consecuencias serán amargas».
Algún día llegará la catástrofe a África. Este Continente pierde
anualmente trescientos millones de toneladas de humus, así que dentro de quince
años no podrá alimentar su propia población.
En toda la tierra se destruyen continuamente grandes bosques para
conseguir tierra de cultivo y de pasto, para obtener madera para los fuegos
de los indígenas, o para conseguir madera para las industrias. Mientras
tanto, grandes partes de bosques, se están convirtiendo en tierra desértica
o en desiertos a causa de la erosión y de la explotación masiva para pastos.
En todas las zonas secas de la tierra, los desiertos crecen vertiginosamente.
Según los expertos de la Conferencia sobre los desiertos mundiales, ya ahora
se notan las consecuencias en el clima y en el régimen hidráulico.
En Europa, desde hace algún tiempo, se observa la muerte masiva de
los abetos. (Árboles abietáceos, propio de la alta montaña, de
tronco recto y elevado, copa cónica de ramas horizontales y fruto casi cilíndrico.)
Se desconocen las causas exactas y los posibles remedios. Se cree
que los abetos no son capaces ya de recuperarse de las épocas secas, como
solían hacer, porque no tienen fuerzas de resistencia en un suelo empobrecido y además contaminado por las lluvias sulfurosas. El dióxido de sulfuro
de las industrias cae con la lluvia en las zonas boscosas alejadas, filtrándose
la «lluvia ácida» en la tierra. Los botánicos de los bosques hablan de una
catástrofe ecológica hasta ahora desconocida.
En vano advierte el Señor en la Nueva Revelación: «Enseñad a los
hom
bres a ser sabios, porque si no ellos mismos conjuran sus juicios». «Sé que
ha de ocurrir, pero no puedo intervenir con Mi poder, solamente con Mi
doctrina.» (Gr V 109, 7).
Tomando en cuenta la contaminación atmosférica, la polución los ríos,
las aguas subterráneas y los mares, así como la tala masiva de los bosques,
aparecen preclaras las manifestaciones de Friedrich Georg Jünger, tan ata-
cado por los tecnócratas: «Todo el ámbito de la técnica es demoníaco y
se desarrolla con un poder creciente». «La técnica puede ganar en
perfección, pero nunca en madurez.» «La religión y las consideraciones políticas,
sociales y económicas no entran en este modo de pensar.» La explotación
práctica con la que la técnica actúa, encuentra su correspondencia en el pensamiento del técnico.» «Son cosas muy obscuras que surgen aquí.»
En todos los países del mundo, los políticos observan las cosas sin intervenir. La meta de la industria y de la agricultura es la producción. El
materialismo es la ideología que justifica la técnica y que dirige la industria.
La masa no reconoce adonde nos lleva este comportamiento, y no sopesa
la frase antes citada de la Nueva Revelación: «Sé que ha de ocurrir así».