Realmente son alarmantes los peligros, ahora previsibles, de un cambio
climático y de la destrucción de nuestro ecosistema, cuando se observa el
continuo aumento de los daños ecológicos. Ya no se duda del peligro que
corren nuestras fuentes auxiliares naturales como el aire, el agua y la tierra.
Aumentan de tal manera las enfermedades, la invalidez prematura y los síntomas degenerativos en la joven generación, que la calidad de vida, es
decir, una vida en salud, se ve seriamente amenazada, sin contar con los gastos exorbitantes, resultados de los tratamientos que representan una
mengua de nuestra capacidad económica en el futuro.
Nunca, desde el Diluvio, la humanidad entera se ha visto tan
amenazada por unas fuerzas destructivas que pueden actuar libremente. Nuestra
situación, se va agravando, dirigiéndose hacia el abismo con una letargia suicida. Esta ceguera hacia el peligro de un derrumbamiento
total es un signo típico del final de una alta cultura que se precipita hacia su decadencia. La gran masa no demuestra ningún interés,
mientras no la molesten en su afán de hacer ganancias, y de conseguir
el bienestar, aunque los peligros se avecinen sigilosamente con sus consecuencias catastróficas previsibles. Si surgieran escrúpulos, que la generación
siguiente se pudiese encontrar con problemas sin solución, éstos se apartan
y no se escuchan los truenos lejanos. Será la tragedia de esta sociedad de
consumo que no se dará cuenta de la situación amenazadora en la que se
encuentra, hasta que sea demasiado tarde.
Aumenta el peligro que provoca la química. Durante mucho tiempo la
opinión pública no hizo caso a los avisos de los científicos y los ecologistas,
pero desde el principio de los años ochenta, se ha visto sacudida por los
escándalos ecológicos de diversa índole, demostrando miedo y preocupación. La carga permanente que sufrimos por los productos tóxicos
longevos, ha puesto en evidencia la industria química.
Después de algunos sucesos excitantes que provocaron la angustia entre
la gente, los gobiernos han tomado medidas ecopolíticas. Pero todas las
leyes al respecto son insuficientes. La lobby de la industria presionó lo suficiente como para conseguir la
modicación de las leyes. En todo caso estas
leyes llegaron tarde. La marea de los tóxicos ya había destruido todos los
diques. Actualmente existen en el mundo 63.000 materias químicas que se
expenden en más de un millón de diferentes compuestos. Pocos de éstos
han sido investigados con vistas a su eventual peligrosidad. Según la nueva
Ley de Química en Alemania, los productos fabricados anteriormente al
1980, no necesitan ser sometidos a pruebas de peligrosidad. Los productos
fabricados a partir de 1981, deben ser analizados por su fabricante, pero
únicamente en el caso de una venta a gran escala. En algunas zonas industriales se encuentran en el aire hasta mil sustancias químicas, pero en el
Manual para mantener la pureza del aire (TA-Luft) de Alemania, solamente se nombran unos ciento ochenta. ¡mientras tanto se eleva la producción
total de productos químicos en el mundo a ciento veinte millones de toneladas anuales! Se entiende así que la
Organización Mundial de la Salud atribuya un sesenta a noventa por ciento de las enfermedades cancerosas, a
substancias químicas.
Según conocimientos recientes, el cadmio resulta aún más peligroso que
el plomo y el mercurio, debido a que se deposita en los riñones, el hígado
y la médula, lo que es sumamente grave, teniendo en cuenta su tiempo de
semidesintegración de veinte años. Según un informe del Instituto Ecológico Nacional, la carga media que sufre el habitante de la República Federal
de Alemania se cifra en un setenta a ochenta por ciento de los valores límites dados por la OMS. En los centros industriales, estos valores
seguramente se sobrepasan. El cadmio pasa al aire desde las plantas industriales,
plantas incineradoras de basuras y las autopistas con mucho tráfico. Según el
profesor G. Lehnert, de Hamburgo, los fertilizantes químicos también son
una «fuente importante» de este tóxico, que se deposita en las plantas. Lehnert avisa de las consecuencias sanitarias para la población en el
futuro. El profesor Vetter, del Instituto Agrícola de Oldenburg, dice
por ejemplo: «el contenido de cadmio en la patata, en relación a su
362 , 363
gran consumo es tan alto, que hay que frenar». A pesar de las noticias
alarmantes ni en la República Federal Alemana ni en la Comunidad Económica Europea se han determinado los valores límites de emisión para el
cadmio en los productos alimenticios.
Hay límites fijados para otros productos químicos, como por ejemplo,
por los nitratos en las aguas; pero en Alemania estos límites son el doble
de lo que da la OMS como límite tolerado. La población tampoco está protegida contra el plomo. Éste se ha visto aumentado en un cien por cien
desde el siglo pasado. La producción mundial, actualmente se cifra en dos
millones de toneladas. El setenta por ciento del plomo llega al cuerpo a
través del alimento. Según los científicos, ya se ha alcanzado el límite
tolerable. El profesor Fülgraff opina que «el cinco por ciento de todos los
productos alimenticios, actualmente a la venta en Alemania, debería retirarse».
Una situación parecida vemos en la vigilancia de los productos farmacéuticos y alimenticios, por parte del Ministerio de la Salud. El profesor
Fülgraff añade: «... no nos vemos capaces de prevenir los peligros o de
juzgar nuevos riesgos con anterioridad». Los controles son insuficientes en
todos los ámbitos. La ministro para la Salud, Antje Huber, comunicó la
razón de estas condiciones graves, quejándose de la falta de medios económicos para conseguir más personal para la Oficina Estatal de la Salud,
necesario para llevar a cabo los extensos trabajos que se acumulan.
El Consejo de Expertos en Ecología exige en su informe para el año
1980, al igual como lo hacen las organizaciones ecologistas, desde hace tiempo, un catálogo central de enfermedades cancerosas para poder prevenir
los riesgos en centros de gran densidad de población. Está comprobado que
la población que vive cerca de fábricas químicas que producen benzeno,
hidrocarburos clorurados, pesticidas, insecticidas, etc., corren un peligro
mayor, en casos individuales puede aumentar de diez a cincuenta veces, que
las personas que viven más alejadas de fábricas químicas.
Todas las medidas legales, en caso de existir, son insuficientes para
limitar los peligros crecientes. Es evidente la resistencia contra las medidas que
intenten limitar la marea tóxica. Algunos ministros se atreven a mencionar
el núcleo del problema. Por ejemplo, el profesor Farthmann, ministro de
Trabajo y Bienestar Social de Nordrheim-Westfalen, explica que en las grandes empresas se tiene una mentalidad «de economía empresarial». «Con
esta mentalidad no se consigue un mejoramiento en la protección del medio
ambiente. »
También Baum, ministro del Interior, se expresó de modo claro: «La
política ecológica de la CEE no debe subordinarse a la armonización de
los problemas comerciales y competitivos. Necesitamos una cláusula de nación más favorecida para la protección ecológica. Hay que demostrar el
valor de decir que a partir de cierto punto, el crecimiento económico se
paga a un precio demasiado alto, que es mejor dejarlo».
A pesar de esto se juntaron todos los grupos de intereses, aún los
antagónicos, para exigir el crecimiento sin fin. Hace décadas que el eminente
economista, Alois Schumpeter, demostró que el crecimiento sin fin «es un
proceso creativo de destrucción». Pero nadie quiso saber nada de este
razonamiento. Es muy difícil apartar al hombre de las naciones industrializadas
de su camino de miopía estructural, que sólo valora sus intereses del momento.
A la problemática del crecimiento sin fin, hemos de anotar aquí en
paréntesis, que en los estados comunistas este concepto es parte de la doctrina
política. Marx y Engels acentúan que «el desarrollo de los poderes productivos ... es una condición práctica y absolutamente necesaria del
comunismo» (Obras Marx-Engels, tomo 3, pág. 534). Este dogma es consecuente,
ya que la teoría marxista, de lograr el paraíso en la tierra, supone el crecimiento de la producción. El marxismo vive de la creencia de que al hombre
le es posible construir el paraíso en la tierra, sin Dios. Tanto de la derecha,
como de la izquierda, se silencian o se combaten escritos como los informes
del Club of Rome (Meadows, Pestel y Mesarovic), el libro de Herbert Gruhl
y los escritos de otros autores que avisen de los peligros de una decisión
errónea.
Los gobiernos y los partidos políticos de todos los países deben decidir
si persistirán en el crecimiento económico y con esto renunciarán a la lucha
contra los daños ecológicos, o si querrán frenar los peligros para las generaciones venideras, lo que significaría rebajar el actual nivel de vida. Hasta
ahora fueron más bien los deseos de la masa que determinaron la dimensión de la política ecológica. Pero se demostrará que no existe únicamente
una miopía colectiva, sino también una responsabilidad colectiva, que debe
aceptar colectivamente las consecuencias.
En estas circunstancias, los gobiernos de todos los países no tenían otras
posibilidades para promocionar el crecimiento económico y detener el aumento del paro, que endeudarse cada vez más.*
* El Gobierno Federal contrajo en el año 1980 más deudas que en las dos décadas después del año 1949.
Ya se podía preveer que así
solamente se alejan los problemas pero no se solucionan. El profesor Herbert
Giersch, director del Instituto de Economía Mundial en la Universidad
de Kiel, dice, muy acertadamente: «Las victorias en el frente del empleo
que se consiguen en base a la política financiera y fiscal de los gobiernos
son victorias demasiado fáciles».
Mientras tanto la experiencia ha demostrado que el hecho de que todos
los pueblos hayan gastado más de lo que ganaron nunca se ha desvelado
claramente. Las naciones industrializadas se han metido en un círculo vicioso, que les obliga a crecer continuamente si quieren evitar la quiebra»,
como dice el premio Nobel, Konrad Lorenz.
Pero la naturaleza no se adapta a las exigencias de la economía o a los
deseos infinitos de la sociedad de consumo. La tierra es un sistema delimitado, que facilita un crecimiento limitado para unas exigencias medidas que
puedan cumplirse.
Parece que no existan soluciones serias y efectivas a nivel internacional
para los numerosos problemas de tipo ecológico y de otra índole, porque
«todo vuestro "derecho" político se basa en la falsedad y lo malo del
egoísmo». (Hi l, pág. 25).
El anterior maoísta André Gluckmann dice: «La ambición del poder
cubre nuestro planeta, desde Washington, como desde Pekín o Moscú».
Por todas partes la humanidad ha perdido la orientación. Todos parecen haberse perdido sin esperanza alguna. A pesar de esto no quieren ver
lo que vendrá, aún teniéndolo a la vista. Uno se acuerda de Goethe que
opinó: «El sentido diabólico de las actuaciones del hombre no se preocupa
de la transcendencia de las obras humanas».
Con lo dicho de ciertos optimistas que opinan que «los avisos de
Kassandra»,*
* En la mitología griega, la hija del rey Príamos tenía el don de la profecía, pero no fue escuchada.
de los peligros solamente intentan hacer negocio con el miedo, se
logró atontar por algún tiempo la gente, pero ya no será posible. La ame
naza a nuestro medio ambiente es tan seria, dice el profesor Georg Picht,
«que ya no se puede permitir que los partidos o los grupos de intereses
creados, los gobiernos o la administración nos sirvan los hechos del modo
que a ellos convenga».
Numerosos científicos opinan que el colapso amenaza con producirse
antes del fin de nuestro siglo. Entre otras cosas, dice el profesor Grabareck
(Universidad de Maryland), presidente de la Habitat Society americana: «El
problema de la contaminación del medio ambiente es tan grande, que la
mayoría de los ecólogos creen con toda la razón que ya se sobrepasó el
punto donde se hubiese podido frenar la destrucción». A pesar de todo,
seguimos con una miopía, sin perspectiva el camino hacia un futuro desastroso. El destino de Kassandra fue precisamente que nadie creería en los
presagios que luego se cumplirían.
La humanidad tiene la libertad de la decisión, pero también se puede
aplicar aquí la palabra de Goethe en su Fausto: