La Nueva Revelación aclara a cualquier hombre contemporáneo de mo-
do irrefutable, que el camino emprendido por el hombre del siglo xx, es
un camino equivocado. No lleva al hombre hacia su verdadera meta, más
bien le aparta de ella.
En el fondo no se puede rechazar la idea de la economía y de ganar
dinero, tampoco la consecución del progreso. Esto lo deducimos claramen-
te de lo que se dijo a Lorber: «Los hombres se establecerán con las más
variadas comodidades en su vida terrena, protegerán sus manos de los tra-
bajos duros, para ganar tiempo para poder cultivar sus corazones y sus al-
mas, pero todo en su justa medida». (Gr V 108, 5).
Cada sistema se prepara su propia ruina, si se vuelve absoluto, entra
así en la órbita de lo demoníaco. Con la falta de consideración hacia los
demás, el sistema económico se convierte en codicia y brutal egoísmo. Pier-
de el carácter de rendir un servicio a los demás en el sentido del Evangelio.
En tal caso, se aplica de modo inalienable lo que dice el Sedor por medio
de su profeta: «Si los grandes logros que conseguís bajo la influencia de
Mi espíritu, se utilizan dentro de Mi orden, redundarán en bendiciones múl-
tiples. Pero si, con el correr del tiempo, los utilizáis de modo egoísta en
contra de Mi orden, entonces los hombres convertirán los logros en causan-
tes de todas las desgracias concebibles en esta tierra». (Gr IV 225, 5-6).
Por desgracia, la sociedad industrial ha emprendido este último camino,
y «todas las desgracias concebibles en esta tierra», ya están ocurriendo en
nuestro entorno. A poco de desarrollarse la economía del libre mercado
en el siglo x~x, comenzó a apartarse del espíritu del Evangelio. Las conse-
cuencias para los hombres, de la época del proto-capitalismo, eran catastró-
ficas. Desde el comienzo de la industrialización se esperaba con obcecación
el paraíso en la tierra, realizable en base al progreso de las ciencias y la
técnica. Una vez Karl Marx propuso el progreso continuo como fundamen-
to de sus teorías, y este pensamiento se iba divulgando entre las masas obre-
ras, ya no se aspiraba a un paraíso en el Más Allá, sino al paraíso en esta
tierra. Con esta concepción del mundo, ya no se da ningún valor ni a Dios
ni a una fe en la vida eterna del alma.
En un principio pareció que la creación de un paraíso terrenal era posi-
ble. ~n los últimos cincuenta años, el producto nacional bruto aumentó
en muchos países de un modo espectacular. En los años 1960 hasta 1975,
en la República Federal de Alemania, los sueldos experimentaron un aumento
de cuatro veces su valor inicial, mientras que los precios solamente subieron
en dos tercios. El estandard de vida de familias, de ingresos medios, aumentó
por tres veces entre los años 1950 hasta 1976, tomando por patrón el gasto
real. Desde el año 1970, las aportaciones del seguro social experimentaron
una ampliación enorme.
Pero las apariencias engañan. De hecho, la sociedad industrial había em-
prendido un camino peligrosamente erróneo, al adoptar el American Way
oj Lije.
Los representantes de este camino apenas conocían el Sermón de la Mon-
taña; en todo caso les parecía un obstáculo en su concepto de la economía.
Su lema es: «Make it, or die» (imponerse o morir).
En obras de economía política, esta moral de lobos se denomina con
eufemismo «el juego libre de los poderes» o «economía de mercado libre».
No hay que ser «de izquierdas» para darse cuenta que un sistema basado
exclusivamente en el éxito material personal, bajo el lema arriba citado, es-
tá opuesto a la enseñanza de Jesús, cuyo principio es el amor al prójimo.
El estudiante de economía política aprende que el principio fundamental
de la economía es el máximo de ganancias.
Pocos se acuerdan hoy en día, a qué condiciones infrahumanas llevó
este principio en el siglo xix a muchos países. Las palabras pronunciadas
por Reinhold Schneider: «Los esclavos de las máquinas tienen como cora-
zón una máquina, por lo tanto le están sometidas» cobran su valor.
Posteriormente, la resistencia organizada y el empleo total encubrían al-
gunos aspectos negativos latentes del principio. «Es por esto, se lee en la Nue-
va Revelación, al aportar la mente tanto dinero, que el amor ha perdido su
valor y se desconoce casi totalmente una actuación cualquiera, solamente
motivada por amor. Hay su~cientes máquinas surgidas de la mente».
(Schriftt. 13, 17).
Se ignora la exigencia «unos para los otros» del Sermón de la Montaña,
porque no encaja en el sistema que predica la máxima ganancia posible.
Mírese por donde se mire, nuestro sistema económico se basa en el elemen-
to luciférico del egoísmo. En la Nueva Revelación, el Señor habla significa-
tivamente de «la vieja y venenosa mala hierba del egoísmo». (Gr IV 109,
6). Cuando comiencen las grandes revoluciones pronosticadas, habrá mu-
chos cambios, que actualmente se consideran improbables. Pero uno no pue-
de saltarse lo que dijo el Señor al respecto: «He fijado mi atención princi-
palmente en la extirpación del egoísmo, y el comercio (léase economía, nota
del autor) es el exponente más característico». (Pr 111). «No tardará mucho
y todas vuestras condiciones sociales, consideradas duraderas, se derrumba-
rán.» (Pr 222).
Tomando en cuenta, que al ~n y al cabo, es solamente cuestión de
una generación, se pueden deducir ya diferentes indicios del cambio. Los
economistas de visión clara, se dan cuenta de que el sistema necesita de
cambios fundamentales; pero no todos lo expresan tan explícitamente co-
mo el conocido banquero Hermann Josef Abs, que escribe en el Deutschland
Magazin 6/1974, lo siguiente: «Encontramos las razones por las cuales ya
no entusiasman ni satisfacen los conceptos del mercado libre y la libre deci-
sión de producción, y la libre elección de consumidores, en el cambio de
la generación». «No se acepta el fundamento mental de la economía» (!).
«Por lo tanto, se niegan los supuestos necesarios para un crecimiento eco-
nómico continuo.» «Cuanto más tiempo transcurre, más se apartará la con-
figuración del futuro de aquélla del pasado.» «La futura sociedad indus-
trial se ha de diferenciar tanto del concepto de los primeros tiempos de post-
guerra, como la condición de la sociedad actual, de la de antaño.»
La autorregulación del mercado libre ya no funciona del modo previsto,
al haberse modificado las condiciones en general. La estructura atomística
del mercado no existe en su forma de competencia completa, al llegar a
agruparse el poder a través de las funciones.'' Además se ha perdido una
de las condiciones indispensables de funcionamiento de la economía de mer-
cado libre: el sistema monetario estable, que en muchos países ya no existe.
A la estrategia del crecimiento ilimitado le falta un regulador para no con-
vertirse en un crecimiento canceroso. La «harmonía preestablecida» sola-
mente existe en los viejos libros de texto de economía política. En ningún
país funcionan los elementos de dirección de la política económica. Por do-
quier surge el egofsmo nacional, y el proteccionismo en sus diversas formas
aumenta mundialmente. Esto es el principio de una reacción en cadena, que
lleva a la destrucción. La lenta industrialización del Tercer Mundo provoca
una competencia, cuyas consecuencias ya se divisan en las naciones indus-
trializadas. El horizonte del comercio intrnacional se está nublando. Resu-
miendo, las teorías de la economía de la competencia libre, consideradas
hace poco como fundamentales, comienzan a resquebrajarse.
El nacional-economista John Maynard Keynes, de Inglaterra y mundial-
mente famoso, creyó -hace décadas- que él dominaba todos los elemen-
tos de las interrelaciones económicas, incluso mantuvo la opinión que debe-
ría ser posible transformar la naturaleza humana por el pensamiento econó-
mico. Las opiniones de Keynes han sido equivocadas y las esperanzas de
la humanidad industrial se han desvanecido. En el pensamiento y las teorías
de Keynes no había lugar para las influencias irracionales, ni para el funda-
mento espiritual de un orden económico. Conceptos como «amor» y «ser-
' El profesor Günther, presidente de la Oficina del Cártel Federal, declaró que la opinión pública
adormecida y la tloja economía política ejercida desde Bonn, no frenaron la concentración, más bien
la promovieron. La comisión de monopolios considera el control de las fusiones para evitar las concentra-
ciona, como poco efectivo.
vir» no se encuentran en sus libros ni en otros libros de texto de economía
política.
El premio Nobel, Friedrich A. von Hayek, acierta cuando dice, re6rién-
dose a la problemática del fallo de la teoría de Keyne: «la superstición hoy
en día generalizada, de que solamente lo que se pueda medir, puede tener
importancia, ha contribuido en gran manera al camino equivocado empren-
dido por la economía y el mundo en general».
El conocido nacional-economista von Nell Breuning, S.J., concluye: «la
competencia tiene la tendencia al suicidio».
Un empresario importante, orientado positivamente hacia la economía
de mercado libre, en su calidad de director de un gran banco federal, Ernst
H. Plesser, descubre con singular franqueza las razones de la evolución crí-
tica en su libro: Vida entre el deseo y la realidad. El empresario, enfrentado
a la tensión entre la ganancia y la ética. Los resultados de su análisis de-
muestran que siempre depende de razones espirituales, si cualquier sistema
permanece funcionando o se entrega a la decadencia. Citaremos aquí algu-
nas deducciones de Plesser.
«La tesis de Darwin, de la lucha por la vida y la supervivencia del más
fuerte, se aplicó también a la economía de la competencia, y llegó a formar
una nueva mentalidad que iguala dureza y circunspección a la cleverness
(habilidad) y smartness (astucia), como cualidades exigidas de dirigentes y
empresarios. Después de la Segunda Guerra Mundial, habilidad y astucia
volvieron a estar de moda, habiéndose empleado a escondidas durante al-
gún tiempo» (pág. 20).
«Desde el punto de vista del pasado materialista, se consideran concep-
tos éticos y sociales aplicados a la economía como ajenos. Pero en la econo-
mía hace falta la ética» (pág. 21).
«A causa de la sobrevaluación del éxito de la actuación humana, se ha
producido el empobrecimiento espiritual, menospreciándose la ética. La idea
del logro domina cada vez más todos los ámbitos de nuestra vida, desde
la revolución industrial.»
«Las orientaciones tradicionales, como el aspecto ético, moral o religio-
so, han perdido su influencia en gran parte. En su lugar se ofrecen solucio-
nes a los problemas, según una visión utilitaria» (p~g. 15).
«La sociedad vive en una atmósfera inestable, resultado de la discrepan-
cia entre las formas sociales y la meta económica impuesta. Se denota sobre
todo, un malestar creciente desde la m$ad de los años cincuenta, la poca
380 ~ 381
~mportancia que los poderosos, económicamente, demuestran y en un resenti-
miento social, así como una falta muy extendida de una visión de porvenir»
(pág. 17). «Hay que añadir el cinismo muy extendido en algunos países,
que se demuestra abiertamente y tiene su efecto en muchos aspectos de la
vida» (pág. 17).
«Cualquier institución corre el riesgo de que unos cínicos egoístas se apo-
deren de ella con cargo al entorno y a toda la sociedad, utilizando la orga-
nización como herramienta para conseguir sus fines egoístas. También en
el ámbito del comercio, se pueden observar casos aislados de tal comporta-
miento. »
«A menudo se ha considerado como característica calificadora notable
la falta de escrúpulos y la facilidad de adaptación. Luego, ya no falta mu-
cho hasta llegar a un oportunismo cínico» (pág. 26). «Con este comporta-
miento se contribuye a la destrucción del sistema; un sistema que dio bue-
nos resultados en la reconstrucción, el mantenimiento y la ampliación de
las empresas. La mentalidad cínica va en aumento, iniciando este proceso,
acelerándolo y culminándolo.»
«Ejercen el poder sin sabiduría...» (pág. 27).
«Los hombres que sólo miran su propio interés, faltos de toda conside-
ración hacia el prójimo, ponen en peligro cualquier sistema, también el ac-
tualmente existente.»
«Entre la joven generación de nuestra época, crece el número de aque-
llos que no aceptan los síntomas de enfermedad de nuestra sociedad, sino
que los denuncian diciendo que son: signos de decadencia, que destruyen
la simbiosis entre los poderes conservadores de la sociedad y los poderes
que promueven el cambio de la misma. Queda por ver si los signos de deca-
dencia alcanzarán un crecimiento canceroso o endémico, y abrirán así el
camino para un orden radical con otros acentos, otras postulaciones y otros
m~todos» (pág. 57).
Plesser ha sondeado profundamente y ha sacado a la luz del día las
raíces espirituales del problema. No queda sólo con su ópinión, pero gene-
ralmente nadie se atreve a llamar las cosas por su nombre. También habló
muy claramente Edzard Reuter, del comité de la empresa Daimler-Benz AG,
en un discurso suyo en San Gallen. «Ya no son idénticos el ideal y la reali-
dad.» «Aquí y allá se intenta seguir la meta clásica del máximo de ganan-
cias, pero muchas veces son solamente palabras huecas. »
Reuter y el banquero Hermann Abs están de acuerdo en su opinión,
que «estamos en vías de perder nuestra credibilidad frente a la generación
joven».
Algo parecido, muy conciso, expresa la revista suiza FinanZ und Wirt-
schaft: «la integridad de carácter de muchos altos directivos está en entre-
dicho».
También llaman la atención las manifestaciones del profesor Dr. Wolf-
gang Stützel, en un simposio de la fundación Ludwig-Erhard en Bonn: Se-
gún la FAZ, del 3 de mayo 1978 dijo, entre otras cosas: «¿Qué pasa con
el concepto "social", cuando hablamos de la economía "social" del merca-
do? Aquí hay un defecto, aquí existe un déficit de programa. Durante mucho
tiempo se consideraba la economía de mercado como un sistema que pre-
miaba a empresarios eficientes y a los asalariados. Pero en la realidad, dice
literalmente, "acecha el peligro". Finalmente no se premiará al pionero más
eficiente, sino al gorrón más aplicado con menos escríipulos.»
La avalancha de quiebras de los últimos años nos pinta una imagen po-
co halagüeña del empresario moderno. Según investigaciones del Instituto
de Clase Media en Colonia, tomando como base mil trescientas actas de
suspensión de pagos de los juzgados y entrevistando a setenta y cuatro sín-
dicos, la «causa de las quiebras de las empresas, es mayormente una falsa
política interior empresarial». «Tratándose del comercio, de la industria o
de empresas de servicio, los investigadores de las insolvencias encontraron
una mala organización en todas las ramas.» «En muchos casos se constata-
ron fraudes, manipulaciones de efectos de cambio y concesiones múltiples»,
confirma el fiscal superior de Colonia, Günter Bähr: «en su naturaleza, la
masa de las quiebras es criminal». Pero se trata solamente de la punta de
un iceberg. Mientras tanto (mayo 1978), el ministro federal de Justicia en
Bonn, recibió un informe de más de mil páginas del Instituto Max-Planck
para derecho nacional e internacional, de Hamburgo, con ei título: La prác-
tica de la liquidación de quiebras en la República Federal de Alemania. Las
anomalías descubiertas por los científicos del Instituto Ma~c-Planck son alar-
mantes. Las investigaciones demostraron que el ochenta por ciento de los
acreedores no reciben nada. Como explicación se cita «el complejo de he-
chos criminales económicos, como segunda razón más importante para el
empobrecimiento de masas». Los científicos expresan su asombro de que
«las faltas personales (de los empresarios, nota del autor) han llegado a
tener tanta importancia».
La Frankfurter Allgemeine Zeitung, un periódico, sin duda, de una
posición positiva hacia el mercado de libre comercio, escribe una manifesta-
ción notable, en acuerdo con las afirmaciones de los autores arriba mencio-
nados: «la economía de mercado pierde su e~cacia si el egoísmo individual
no encuentra freno. Un partido político que quiera salvar la economía de
mercado, debe exigir renuncias de los diferentes grupos. Pero la palabra
«renuncia» no está de moda, y contiene tanta fuerza explosiva que ni los
gobiernos, ni los partidos y tampoco, los sindicatos, se atreven a mencio-
narla. Marion Gräfin Dönhoff escribe, con un justo criterio de las condi-
cionantes psicológicas: «cada sistema produce a la larga su propia antítesis.
Es el resultado de su incapacidad de mantenerse dentro de sus límites».
En relación con el grave problema de los costos fijos, Nell-Breuning in-
dica que «la economía de mercado se está alejando de su patrón (original,
nota del autor)». «Es grave que nos hayamos acostumbrado de tal modo,
que no vemos lo dudoso de nuestro proceder y sus resultados.»
Expertos economistas ven claramente el posible colapso del sistema. El
profesor Gutowski escribe acertadamente en FAZ: «Hasta el más ferviente
partidario del orden de la economía de mercado, no dejará de darse cuenta
que el orden necesita de un mejoramiento importante. La lucha en favor
de la economía de mercado puede perderse en varios frentes».
Walter Scheel, el anterior presidente federal, se expresó de un modo aná-
logo durante su mandato: «Tanto la ciencia como la técnica tienen dos ca-
ras. Conocemos sus efectos positivos, pero solemos olvidarnos de los nega-
tivos, en última instancia, por temor a la pérdida del negocio. Los hombres
que reflexionan, comienzan a dudar de la eficacia de nuestro sistema econó-
mico y social».
En la revista Bild der Wissenschaft 7/1977, se constata, tomando en
consideración los daños ecológicos desbordantes: «la contaminación actual
es solamente un equivalente de los fracasos de nuestros sistemas económi-
cos, sociales y políticos: al destruir nuestro entorno, nos destruimos a noso-
tros mismos. También el homo sapiens se encuentra en la lista de los seres
amenazados por su extinción. La estupidez es una parte inherente del
sistema».
No se puede negar que los fundamentos de la eacistencia de los países
industrializados se está tambaleando peligrosamente. Aún no ha sido descu-
bierta la panacea, y el mercado actúa de imán para incontables egoísmos.
En la Deutsche Zeitung, del 31 de agosto de 1979, esto viene expresado
brutalmente: «La codicia es el motor del actuar económico. Los participan-
tes del mercado y los políticos son los prisioneros del sistema económico».
La codicia es el elemento luciférico, como se demuestra más arriba. El
proceso de destrucción va acompañado de la corrupción religioso-espiritual.
La egolatría es el reflejo exacto de una sociedad en disolución que se desen-
tiende del Sermón de la Montaña.
Preocupa ej desarrollo de los países industrializados, y esto nos hace
comprender lo que expresa el papa Juan Pablo II en su encíclica Laborem
excercens, del 14 de septiembre de 1981: «la base de un sistema económico
no debe ser la ganancia, sino el derecho objetivo del obrero». Literalmente
se dice en la encíclica: «es innegable que la actual sociedad y la civilización
materialista se levantan sobre unos fundamentos que tienen unos defectos
básicos, o mejor dicho, todo un conjunto de defectos. Este tipo de civiliza-
ción le imposibilita a la sociedad humana, superar las situaciones de injus-
ticia».
Hace tiempo que los científicos con clara visión de la actual situación,
se dieron cuenta de la base espiritual errónea del sistema económico de mer-
cado libre, que la civilización industrial se está deslizando hacia condiciones
insoportables que terminarán en una catástrofe. En el año 1926, el eminen-
te economista liberal -fundador de la escuela de Freiburg-, Rudolf Euc-
ken, escribió: «a la larga, la auténtica religión no es compatible con el siste-
ma económico auto-interesado, que busca solamente las ganancias. Es obvio
que la mentalidad economista contribuiría a desplazar las religiones de sus
posiciones antiguas, es innegable que el materialismo tiene parte de culpa
del vacío espiritual actual, ya que resta sentido a la vida humana. Se ve
claramente la relación existente entre el capitalismo y la crisis actual».
Eucken se percató de las consecuencias del «vacío interior de la vida
moderna» y propugnó una «extensa reordenación espiritual de la vida».
También Wilhelm Röpke, el afamado economista, vio -hace ya veinti-
cinco años- que la causa de los fallos del sistema de libre mercado, están
en la pérdida de la substancia religiosa y la base de los valores morales.
Röpke escribe en su libro Más allá de oferta y demanda: «La enfermedad
de nuestra cultura está en su crisis espiritual religiosa». «¿No estamos vi-
viendo en un mundo mercantil que favorece la codicia y el maquiavelismo
comercial, casi elevándose a una norma de actuar, y al mismo tiempo aho-
gando en sus inicios cualquier afán a algo superior, como en agua helada,
por medio del egoísmo calculador? ¿Existe un camino más seguro para re-
secar las almas humanas, que la costumbre inveterada de medir todo por
su valor en dinero, tal como lo promueve el sistema económico?» «Lleva-
mos ya casi un siglo intentando valernos por nosotros mismos, sin Dios,
elevando la técnica, la ciencia y hasta el mismo estado a un lugar privilegia-
do.» «Estos intentos desesperados nos han conducido a una situación inso-
portable para el hombre, a pesar de la televisión, las autopistas y los apar-
tamentos confortables.» «Podemos estar seguros que cualquier día sobre-
vendrá un cataclismo que cogerá a muchos por sorpresa. »
Con estas palabras casi proféticas, el científico descubre las raíces del
mal de nuestro tiempo.
Uno de los más conocidos economistas de la actualidad, el premio No-
bel Kenneth J. Arrow, llega a las mismas conclusiones, como los científicos
antes citados. Arrow no refuta la eficiencia del libre mercado, tan aclamada
en la prensa y en la literatura específica, pero declara, que el sistema del
libre mercado no puede considerarse un elemento constructivo socio-
económicamente, por su falta de altruísmo.
Los científicos citados, no dudan en admitir que la doctrina de Jesús
y nuestro sistema económico son incompatibles. El Evangelio acentúa otros
valores que nuestro sistema socioeconómico. En éste se valoran como prin-
cipios, el crecimiento sin fin, el aumento del bienestar y las exigencias cada
vez más grandes. Queda a la vista, que el sistema está afectado por la codi-
cia y las ansias de poder, una condición que el profeta Lorber pronosticó
para nuestra época, con todas las consecuencias que se perfilan de año en
año. Literalmente dice la Nueva Revelación: «en el fondo ya no creen en
nada, a no ser en sus propios beneficios» (Gr IX 40, 4), «la actitud contra-
ria al Espíritu Santo provoca irremediablemente un juicio, que ya tengo
preparado». (Schriftt. 61, 18). «No he creado la tierra para la industria y
mucho menos para los ricos.» «Mi ~nalidad es otra, pero el mundo domi-
nado por Satanás no lo sabe ver.» (Hi II, 308). «No he venido a este mun-
do para beneflciar al cuerpo, sino para bene~ciar el alma. » (Gr X 109, 2-3).
Las consecuencias del desarrollo son cada vez más visibles. Las mues-
tras de autodestrucción interior de la economía y de la sociedad, son cada
vez más graves. Según unos informes de los Estados Unidos, también allí
muchas personas se dan cuenta del fracaso al que está condenado nuestro
sistema económico y social. Nos Ilena de angustia el aumento de la anar-
quía, las revueltas, y el desprecio de la ley. No sin. razón, muchos jóvenes
miran con escepticismo y desconfianza este extraño mundo, técnicamente
perfecto pero sin transparencia. La tecnología y la economía son siervas
del demonio. Un sistema que propugna la ganancia y el beneficio personal
como meta de cualquier actividad, sólo puede esperar el fatal desenlace de
su sistema.
«Una comunidad no es la suma de sus intereses, sino la suma de su
entrega» (Antoine de Saint-Exupéry). El comercio en forma de la mentali-
dad monetaria activa el egoísmo, para finalmente, conducirnos a unas cir-
cunstancias que nos pesan cada día más. La conexión causal se expresa en
la Nueva Revelación claramente: «Ya os daréis cuenta que el mundo puede
subsistir solamente cuando el amor sea su base, su meta de perfecciona-
miento y de la existencia». (Pr 276).
La industria ha trabajado sin freno y sin concepto, sin tomar en cuenta
las complicadas relaciones ecológicas. Ha forzado al hombre bajo su dicta-
dura, creando al mismo tiempo, un mundo artificial sobre el cual ha perdi-
do el control. Los científicos y técnicos son los aprendices de brujo que
ya no pueden dominar el regalo de Danae que han dado a la humanidad.
Una riada de veneno arrasa a los hombres y produce daños vitales imprevi-
sibles.
Por algún tiempo, el éxito pareció confirmar el funcionamiento y la su-
perioridad de nuestro sistema económico, y los críticos tuvieron que callar-
se. La economía experimentó un florecimiento sin igual. Pero justamente,
cuando iba a alcanzar su apogeo, construyéndose el paraíso terrenal, nos di-
mos cuenta que algo fallaba en el cálculo, tanto en los economistas libres,
como en los marxistas. Los frutos producidos resultaron ser venenosos.
El afán de conseguir cada vez más, no conoció límite, el valor que se
daba al prestigió se convirtió en un vicio, el lujo alcanzó niveles desconoci-
dos. La posición social, el alto estandard de vida y el prestigio se convirtie-
ron en los dioses de nuestro tiempo final. A1 mismo tiempo, surgieron la
envidia, el odio, el terrorismo, los secuestros y una brutalidad desenfrenada
como efectos secundarios de una vida insegura. El predominio de la menta-
lidad técnico-instrumental había modificado los corazones de los hombres.
De cualquier sistema económico o social se esperaba la salvación. Pocos
comprenden que cualquier sistema pierde efectividad cuando el egoísmo pu-
ro, las exigencias desmesuradas, la desconsideración y la falta del sentido
de justicia, marcan una sociedad en decadencia. Los sociólogos observaron
que el aumento del bienestar destruye de un modo alarmante los poderes
aglutinantes de una sociedad. La pérdida de las relaciones interpersonales
en un mundo técnico-racional, sin religión ni ética, conduce hacia la extin-
ción de cualquier relación social. Crece febrilmente la disposición a la pola-
rización. La velocidad del empeoramiento hace temer una radicalización del
hombre que puede provocar el colapso del sistema social. Con terror recor-
damos las profecías... «pero aún ocurrirá algo peor, porque el hombre libre
(quiere decir aquí el hombre que no atiende más a Dios, nota del autor),
tiene ya casi un corazón de piedra». (Pr 319).
La autorrealización egoísta ha provocado un derrumbamiento de la mo-
ral, a ojos vistas. El complejo de la envidia se extiende como una mancha
de aceite en el agua. Robar a los demás se ha convertido en un deporte
popular. En upa década los hurtos en los comercios se han cuadruplicado.
En los grandes almacenes y tiendas, anualmente, se roba mercancía por va-
lor de 1.500 a 2.000 millones de marcos. Aún más importantes son las pér-
didas por fraudes, que alcanzan de unos 20.000 a 25.000 millones de mar-
cos anualmente, superando largamente los daños por atracos, asaltos y ex-
torsión. El número de atracos aumentó entre los años 1858 hasta 1980, en
un 330%. En el espacio de tiempo desde 1979 hasta 1982, los asaltos a trans-
portes de valores, aumentaron en un 355%, y los delitos por trá~co de
drogas se multiplicaron de un modo alarmante. Anualmente, empresas y
particulares gastan entre 2.500 a 3.000 millones de marcos en medidas de
seguridad. Según un informe del Ministerio del Interior, también en la Re-
pública Federal Alemana hay señales de la existencia del crimen organiza-
do, parecido a las condiciones en los Estados Unidos de América o en Italia.
El juez superior británico, Geoffrey Lane, dijo en un discurso en la Uni-
versidad de Cambridge, que la sociedad inmoral, está plagada de drogas,
pornografía y crímenes. La explosión de la criminalidad en Gran Bretaña
comenzó con la entrada en la era del bienestar.
En otros continentes, la criminalidad está aún más extendida que en Euro-
pa. En USA -con el cuarenta y uno por ciento de la juventud negra en
paro en el año 1979-, perdieron la vida por actos violentos unas 20.000
personas en el mismo año. En Nueva York, el noventa por ciento de todos
los incendios registrados, son provocados. Se pierden anualmente unas 80.000
viviendas por incendios provocados y vandalismo.
En los últimos diez años, unos cincuenta millones de los habitantes de
USA adquirieron revólveres o escopetas. El juez supremo estadounidense,
Burger, resume así las condiciones en su país: «El terrorismo en las calles
y en las casas se ha convertido en una pesadilla nacional».
l.a a~lmmn a i:i, ~li u~;u,, se La cwmWu mmu mna ~En~lmua un m~l,m
las partes del mundo, y tiene una marcada influencia en el aumento de la
criminalidad. La heroína, con un aumento de venta enorme -solamente
en Nueva York existen 200.000 adictos- provoca irremediablemente la adic-
ción y la destrucción de la mente y el cuerpo humano. Un adicto necesita
diariamente «mercancía» por valor de 150 $. Muy pocas personas la pue-
den conseguir sin robar o atracar. Por lo tanto, es obvia la relación entre
la drogadicción y la criminalidad.
En el Brasil, 120.000 criminales convictos se encuentran en libertad por
falta de plazas en las cárceles, que están ocupadas en más del doble supe-
rior a su capacidad, considerada normal. Diariamente ocurren unos ciento
cincuenta atracos en los autobuses, donde los usuarios son despojados de
su dinero, sus pulseras y demás joyas. Da que pensar, que según estadísti-
cas de la ONU, hasta en los países en vías de desarrollo se registra un aumento
de un ciento setenta y nueve por ciento de atracos, en un espacio de tiempo
de seis años. La criminalidad aumenta en todo el mundo, produciendo una
crisis general, según la opinión del entonces Secretario General de la ONU,
Dr. Waldheim. Parece que vamos hacia una anarquía total, tal como lo
pronosticó la Nueva Revelación: «...el total derrumbamiento de todos los
lazos sociales». (Pr 260).
Otros síntomas, son la avalancha pornográfica y la exaltación de la
sexualidad. Lorber también lo predijo: «Si un pueblo se enriquece material-
mente, se vuelve más sensual. Cuando se encuentra demasiado bien, olvida
al Dios verdadero». (VdH, pág. 66). Otros indicios de la degradación son:
el uso masivo de estimulantes, el alcohol y las drogas. A1 término de esta
evolución están los suicidios. Solamente en lo que se refiere a la República
Federal de Alemania, anualmente se registran unos 13.000 suicidios y unos
100.000 intentos de suicidio. El nihislismo es la ~losofía de una juventud
falta de conocimiento de la religión y con un vacío espiritual inmenso.
El cuadro clínico que presentan los países industrializados, saturados y
orientados solamente hacia su «derecho fundamental» al bienestar, es su-
mamente grave. Paralelamente a la extensión de la pérdida de fe o la indife-
rencia religiosa, se constata la corrupción espiritual y la decadencia de los
valores éticos y morales. El materialismo -como un veneno de efecto lento-
se ha apoderado de las almas y su dominio es cada vez mayor. Los padres
han dejado de transmitir a sus hijos los valores fundamentales. La juventud
carece de una brújula interior. No es de extrañar que en los Estados Uni-
dos, más de la mitad de los delitos graves se co~neten por menores entre
los diez y los diecisiete años (TimesJ.
Si los ~lósofos Heidegger, Bloch, Marcuse, Adorno, Habermas y otros,
proclaman que la muerte es «un salto a la nada» (Bloch), y sí ponen su
esperanza únicamente en un futuro mejor en esta tierra, y esta esperanza
no se ve cumplida, para luego hablar de una ayuda para seguir viviendo,
de «dejarse caer en un pesimismo profundo y en el nihilismo» (Bloch), ya
se divisa entonces el camino hacia el vacío espiritual.
El Señor, en su dictado a Lorber, también habla de estas enseñanzas
de los actuales sabios: «siempre hubo, todavía los hay, y los habrá en el
futuro, los sabios del mundo que proclamen: Dios no existe». «También
a~rman que todo se ha hecho por la fuerza de la tierra, del sol y de los
elementos.» «Yo os digo, entre todas las miserias y penurias de los hom-
bres, no hay nada peor que la ceguera espiritual. De ella resultan las demás
desgracias.»
«La visión naturalista del mundo de tales filósofos, pervierte, con su
ejemplo, rápidamente a muchos miles de hombres.» (Gr VIII 181, 14-18).
La influencia de los filósofos mencionados es grande, sobre todo entre
los jóvenes intelectuales. Las consecuencias se pueden ver en hechos cho-
cantes. Jakob Lorber también predijo esta evolución para los tiempos fina-
les. Así escribe: «que la total insensibilidad de la juventud, educada sólo
hacia lo corporal, provocará una consternación». (Hi II, pág. 21). Él termina
la enumeración de las pautas que marcarán el comienzo de la época final
con las palabras: «Esto es el tiempo final».
Las consecuencias del materialismo son previsibles para los mismos filó-
sofos. En una entrevista con el semanario Spiegel, de enero de 1970, Max
Horkheimer declaró: «No hay razonamiento científico que me pueda impe-
dir el odio, mientras no se me produzcan desventajas en la sociedad». Ca-
mus escribe: «Si Dios ha muerto, da igual cuidar a los enfermos o matarlos».
Habrá bastantes personas, viviendo sin Dios y sin amor, que no sólo
adoptarán estas enseñanzas, sino que justificarán sus actos o cometerán los
crímenes más crueles, siempre dependiente de las circunstancias. Nietzsche,
en su obra póstuma, llama al nihilismo «el más siniestro de todos los hués-
pedes».
Hay que recordar aquí la cita del premio Nobel, profesor Heisenberg,
el cual, considerando los horrores que ocurren en el mundo, dijo -con
palabras de carácter profético-: «Si uno pregunta en el mundo occidental
lo que es bueno y lo que es malo, qué se debe anhelar y qué se debe conde-
nar, uno encuentra como medida de valores al Cristianismo, aunque ya se
ha dejado de vivir según las parábolas de esta religión. Una vez agotada
del todo la fuerza magnética que dirigía esta brújula -fuerza que emana
de un orden central-, me temo que ocurrirán cosas horribles, mucho peo-
res que los campos de concentración y las bombas atómicas».
Si en la República Federal Alemana sólo el diecisiete por ciento de la
población considera a Dios «como algo muy importante» (según la revista
Stern, del 6 de octubre de 1977), y si el sentido de la vida no se dirige hacia
una vida eterna, se prevee el peligro de que muchos hombres sufrirán una
crisis vital. Si falta un sentido en la vida, surge el nihilismo y la inconsisten-
cia. El salvajismo espiritual y la brutalidad extremada se extenderán, sem-
brando el terror.
La declaración siguiente del terrorista Horst Mahler, hecha en ocasión
de una entrevista en la cárcel Moabit, demuestra sin lugar a duda, las rela-
ciones arriba indicadas. Mahler dijo: «Todos los dieciséis terroristas tene-
mos la opinión que la vida no tiene sentido».
Aunque estos terroristas no se hallaban en di~cultades económicas, no
se debe perder de vista la conexión causal con las condiciones de la sociedad
del bienestar. El conocido psiquiatra suizo, profesor Gerhard Schmidtchen,
indica en su informe analítico del terrorismo, la existencia de causantes pro-
fundos del fenómeno, tabuizados en los comentarios de revistas y semina-
rios. «No encuentran dificultades en reclutar más gente para el terrorismo,
mientras subsiste el sistema social autosu~ciente que no hace caso a que
parte de la juventud y de la inteligencia madure en un vacío espiritual total
institucionalizado en el país. Debemos preguntarnos qué credibilidad mere-
cen nuestras instituciones.»
El ateísmo, la mentalidad crudamente materialista, así como la indife-
rencia religiosa, conducen a un círculo vicioso. La sociedad del bienestar
de los países industriales no se aproxima al soñado edén terrenal, sino que
se hunde en condiciones difíciles de soportar.
Si se pierde por doquier, el sentido de la realidad y si se sobrepasan
todos los límites, si lo demoníaco se hace aparente en los actos de los hom-
bres, convirtiendo el mundo en un caos, la sociedad del bienestar se dará
cuenta -demasiado tarde- de las consecuencias irreparables de haberse
desviado de Dios y su enseñanza, habiendo adoptado en su lugar la pseudo-
religión del progreso materialista.
Será como una tragedia antigua: las presiones son inevitables. Un cam-
bio hacia una vida ordenada y de paz entre los hombres, no se alcanzará
hasta que no se haya vencido el materialismo teórico y práctico. Si recono-
cemos el alto valor metafísíco del hombre -no considerando al hombre,
como Freud y otros simplemente, como un animal y nada más-, veremos
un sentido en la existencia humana y podremos dirigirnos hacia nuestra me-
ta esperanzadamente.
Solamente entonces podemos esperar un cambio y una salida de las con-
diciones tan deprimentes y agobiantes en todos los ámbitos de nuestra vida,
tal como las describe la Nueva Revelación.
«Ahora que veis que todo va de mal en peor en el mundo, que los hom-
bres se vuelven descontentos, egoístas y crueles, comprenderéis que la causa
de todo es la misma: nadie utiliza el camino de la paz, de la sobriedad y
de la entrega total bajo Mi conducción.» «Esto demuestra el poco de la
religión y del sentido de una vida espiritual eterna reside en sus corazones. »
(Pr 140). La Nueva Revelación dice: «Los corazones de los hombres se ase-
mejan a sus tiempos, con sus eventos crueles que traen muchas aflicciones
a los hombres, como nunca los había experimentado nadie en la tierra».
(Wdk., pág. 11).
Esto nos da una idea de lo que nos espera si la evolución sigue el curso
emprendido.
Los logros técnicos deslumbrantes, como los viajes a la luna o la fisión
atómica, no deben engañarnos de la imperfección fundamental del sistema.
El general Bradley, de los Estados Unidos, expresó con una sola frase, acer-
tadamente la problemática, cuando dijo: «Hemos descubierto la energía ató-
mica y hemos olvidado el SermÓn de la Montaña».
La base de todo este afán sin rumbo fijo está en una soberbia sin lími-
tes. No es casualidad que el progreso destructivo tiene lugar en un mundo
secularizado. Ya no se pregunta por el sentido y la finalidad de la actividad
desenfrenada. Reinhold Schneider ve lo prometeico en la dinámica de nues-
tra civilización, que no logra un é~to auténtico y duradero,. sino que deriva
hacia la desgracia, y lo expresa en los versos siguientes: