Con el permiso de © K. Eggenstein: 'El Profeta Lorber anuncia las catástrofes venideras y la autentica cristiandad

Kurt Eggenstein

La actuación errónea del hombre de la era industrial, y las consecuencias a la luz de la Nueva Revelación


   La Nueva Revelación aclara a cualquier hombre contemporáneo de mo- do irrefutable, que el camino emprendido por el hombre del siglo xx, es un camino equivocado. No lleva al hombre hacia su verdadera meta, más bien le aparta de ella.    En el fondo no se puede rechazar la idea de la economía y de ganar dinero, tampoco la consecución del progreso. Esto lo deducimos claramen- te de lo que se dijo a Lorber: «Los hombres se establecerán con las más variadas comodidades en su vida terrena, protegerán sus manos de los tra- bajos duros, para ganar tiempo para poder cultivar sus corazones y sus al- mas, pero todo en su justa medida». (Gr V 108, 5).
   Cada sistema se prepara su propia ruina, si se vuelve absoluto, entra así en la órbita de lo demoníaco. Con la falta de consideración hacia los demás, el sistema económico se convierte en codicia y brutal egoísmo. Pier- de el carácter de rendir un servicio a los demás en el sentido del Evangelio. En tal caso, se aplica de modo inalienable lo que dice el Sedor por medio de su profeta: «Si los grandes logros que conseguís bajo la influencia de Mi espíritu, se utilizan dentro de Mi orden, redundarán en bendiciones múl- tiples. Pero si, con el correr del tiempo, los utilizáis de modo egoísta en contra de Mi orden, entonces los hombres convertirán los logros en causan- tes de todas las desgracias concebibles en esta tierra». (Gr IV 225, 5-6).
   Por desgracia, la sociedad industrial ha emprendido este último camino, y «todas las desgracias concebibles en esta tierra», ya están ocurriendo en nuestro entorno. A poco de desarrollarse la economía del libre mercado en el siglo x~x, comenzó a apartarse del espíritu del Evangelio. Las conse- cuencias para los hombres, de la época del proto-capitalismo, eran catastró- ficas. Desde el comienzo de la industrialización se esperaba con obcecación el paraíso en la tierra, realizable en base al progreso de las ciencias y la técnica. Una vez Karl Marx propuso el progreso continuo como fundamen- to de sus teorías, y este pensamiento se iba divulgando entre las masas obre- ras, ya no se aspiraba a un paraíso en el Más Allá, sino al paraíso en esta tierra. Con esta concepción del mundo, ya no se da ningún valor ni a Dios ni a una fe en la vida eterna del alma.
   En un principio pareció que la creación de un paraíso terrenal era posi- ble. ~n los últimos cincuenta años, el producto nacional bruto aumentó en muchos países de un modo espectacular. En los años 1960 hasta 1975, en la República Federal de Alemania, los sueldos experimentaron un aumento de cuatro veces su valor inicial, mientras que los precios solamente subieron en dos tercios. El estandard de vida de familias, de ingresos medios, aumentó por tres veces entre los años 1950 hasta 1976, tomando por patrón el gasto real. Desde el año 1970, las aportaciones del seguro social experimentaron una ampliación enorme.
   Pero las apariencias engañan. De hecho, la sociedad industrial había em- prendido un camino peligrosamente erróneo, al adoptar el American Way oj Lije.
   Los representantes de este camino apenas conocían el Sermón de la Mon- taña; en todo caso les parecía un obstáculo en su concepto de la economía. Su lema es: «Make it, or die» (imponerse o morir).
   En obras de economía política, esta moral de lobos se denomina con eufemismo «el juego libre de los poderes» o «economía de mercado libre».
   No hay que ser «de izquierdas» para darse cuenta que un sistema basado exclusivamente en el éxito material personal, bajo el lema arriba citado, es- tá opuesto a la enseñanza de Jesús, cuyo principio es el amor al prójimo. El estudiante de economía política aprende que el principio fundamental de la economía es el máximo de ganancias.
   Pocos se acuerdan hoy en día, a qué condiciones infrahumanas llevó este principio en el siglo xix a muchos países. Las palabras pronunciadas por Reinhold Schneider: «Los esclavos de las máquinas tienen como cora- zón una máquina, por lo tanto le están sometidas» cobran su valor.
   Posteriormente, la resistencia organizada y el empleo total encubrían al- gunos aspectos negativos latentes del principio. «Es por esto, se lee en la Nue- va Revelación, al aportar la mente tanto dinero, que el amor ha perdido su valor y se desconoce casi totalmente una actuación cualquiera, solamente motivada por amor. Hay su~cientes máquinas surgidas de la mente». (Schriftt. 13, 17).
   Se ignora la exigencia «unos para los otros» del Sermón de la Montaña, porque no encaja en el sistema que predica la máxima ganancia posible.
   Mírese por donde se mire, nuestro sistema económico se basa en el elemen- to luciférico del egoísmo. En la Nueva Revelación, el Señor habla significa- tivamente de «la vieja y venenosa mala hierba del egoísmo». (Gr IV 109, 6). Cuando comiencen las grandes revoluciones pronosticadas, habrá mu- chos cambios, que actualmente se consideran improbables. Pero uno no pue- de saltarse lo que dijo el Señor al respecto: «He fijado mi atención princi- palmente en la extirpación del egoísmo, y el comercio (léase economía, nota del autor) es el exponente más característico». (Pr 111). «No tardará mucho y todas vuestras condiciones sociales, consideradas duraderas, se derrumba- rán.» (Pr 222).
   Tomando en cuenta, que al ~n y al cabo, es solamente cuestión de una generación, se pueden deducir ya diferentes indicios del cambio. Los economistas de visión clara, se dan cuenta de que el sistema necesita de cambios fundamentales; pero no todos lo expresan tan explícitamente co- mo el conocido banquero Hermann Josef Abs, que escribe en el Deutschland Magazin 6/1974, lo siguiente: «Encontramos las razones por las cuales ya no entusiasman ni satisfacen los conceptos del mercado libre y la libre deci- sión de producción, y la libre elección de consumidores, en el cambio de la generación». «No se acepta el fundamento mental de la economía» (!).
   «Por lo tanto, se niegan los supuestos necesarios para un crecimiento eco- nómico continuo.» «Cuanto más tiempo transcurre, más se apartará la con- figuración del futuro de aquélla del pasado.» «La futura sociedad indus- trial se ha de diferenciar tanto del concepto de los primeros tiempos de post- guerra, como la condición de la sociedad actual, de la de antaño.»
   La autorregulación del mercado libre ya no funciona del modo previsto, al haberse modificado las condiciones en general. La estructura atomística del mercado no existe en su forma de competencia completa, al llegar a agruparse el poder a través de las funciones.'' Además se ha perdido una de las condiciones indispensables de funcionamiento de la economía de mer- cado libre: el sistema monetario estable, que en muchos países ya no existe.
   A la estrategia del crecimiento ilimitado le falta un regulador para no con- vertirse en un crecimiento canceroso. La «harmonía preestablecida» sola- mente existe en los viejos libros de texto de economía política. En ningún país funcionan los elementos de dirección de la política económica. Por do- quier surge el egofsmo nacional, y el proteccionismo en sus diversas formas aumenta mundialmente. Esto es el principio de una reacción en cadena, que lleva a la destrucción. La lenta industrialización del Tercer Mundo provoca una competencia, cuyas consecuencias ya se divisan en las naciones indus- trializadas. El horizonte del comercio intrnacional se está nublando. Resu- miendo, las teorías de la economía de la competencia libre, consideradas hace poco como fundamentales, comienzan a resquebrajarse.
   El nacional-economista John Maynard Keynes, de Inglaterra y mundial- mente famoso, creyó -hace décadas- que él dominaba todos los elemen- tos de las interrelaciones económicas, incluso mantuvo la opinión que debe- ría ser posible transformar la naturaleza humana por el pensamiento econó- mico. Las opiniones de Keynes han sido equivocadas y las esperanzas de la humanidad industrial se han desvanecido. En el pensamiento y las teorías de Keynes no había lugar para las influencias irracionales, ni para el funda- mento espiritual de un orden económico. Conceptos como «amor» y «ser- ' El profesor Günther, presidente de la Oficina del Cártel Federal, declaró que la opinión pública adormecida y la tloja economía política ejercida desde Bonn, no frenaron la concentración, más bien la promovieron. La comisión de monopolios considera el control de las fusiones para evitar las concentra- ciona, como poco efectivo.
vir» no se encuentran en sus libros ni en otros libros de texto de economía política.    El premio Nobel, Friedrich A. von Hayek, acierta cuando dice, re6rién- dose a la problemática del fallo de la teoría de Keyne: «la superstición hoy en día generalizada, de que solamente lo que se pueda medir, puede tener importancia, ha contribuido en gran manera al camino equivocado empren- dido por la economía y el mundo en general».
   El conocido nacional-economista von Nell Breuning, S.J., concluye: «la competencia tiene la tendencia al suicidio».
   Un empresario importante, orientado positivamente hacia la economía de mercado libre, en su calidad de director de un gran banco federal, Ernst H. Plesser, descubre con singular franqueza las razones de la evolución crí- tica en su libro: Vida entre el deseo y la realidad. El empresario, enfrentado a la tensión entre la ganancia y la ética. Los resultados de su análisis de- muestran que siempre depende de razones espirituales, si cualquier sistema permanece funcionando o se entrega a la decadencia. Citaremos aquí algu- nas deducciones de Plesser.
   «La tesis de Darwin, de la lucha por la vida y la supervivencia del más fuerte, se aplicó también a la economía de la competencia, y llegó a formar una nueva mentalidad que iguala dureza y circunspección a la cleverness (habilidad) y smartness (astucia), como cualidades exigidas de dirigentes y empresarios. Después de la Segunda Guerra Mundial, habilidad y astucia volvieron a estar de moda, habiéndose empleado a escondidas durante al- gún tiempo» (pág. 20).
   «Desde el punto de vista del pasado materialista, se consideran concep- tos éticos y sociales aplicados a la economía como ajenos. Pero en la econo- mía hace falta la ética» (pág. 21).
   «A causa de la sobrevaluación del éxito de la actuación humana, se ha producido el empobrecimiento espiritual, menospreciándose la ética. La idea del logro domina cada vez más todos los ámbitos de nuestra vida, desde la revolución industrial.»
   «Las orientaciones tradicionales, como el aspecto ético, moral o religio- so, han perdido su influencia en gran parte. En su lugar se ofrecen solucio- nes a los problemas, según una visión utilitaria» (p~g. 15).
   «La sociedad vive en una atmósfera inestable, resultado de la discrepan- cia entre las formas sociales y la meta económica impuesta. Se denota sobre todo, un malestar creciente desde la m$ad de los años cincuenta, la poca 380 ~ 381 ~mportancia que los poderosos, económicamente, demuestran y en un resenti- miento social, así como una falta muy extendida de una visión de porvenir» (pág. 17). «Hay que añadir el cinismo muy extendido en algunos países, que se demuestra abiertamente y tiene su efecto en muchos aspectos de la vida» (pág. 17).
   «Cualquier institución corre el riesgo de que unos cínicos egoístas se apo- deren de ella con cargo al entorno y a toda la sociedad, utilizando la orga- nización como herramienta para conseguir sus fines egoístas. También en el ámbito del comercio, se pueden observar casos aislados de tal comporta- miento. »
   «A menudo se ha considerado como característica calificadora notable la falta de escrúpulos y la facilidad de adaptación. Luego, ya no falta mu- cho hasta llegar a un oportunismo cínico» (pág. 26). «Con este comporta- miento se contribuye a la destrucción del sistema; un sistema que dio bue- nos resultados en la reconstrucción, el mantenimiento y la ampliación de las empresas. La mentalidad cínica va en aumento, iniciando este proceso, acelerándolo y culminándolo.»
   «Ejercen el poder sin sabiduría...» (pág. 27).
   «Los hombres que sólo miran su propio interés, faltos de toda conside- ración hacia el prójimo, ponen en peligro cualquier sistema, también el ac- tualmente existente.»
   «Entre la joven generación de nuestra época, crece el número de aque- llos que no aceptan los síntomas de enfermedad de nuestra sociedad, sino que los denuncian diciendo que son: signos de decadencia, que destruyen la simbiosis entre los poderes conservadores de la sociedad y los poderes que promueven el cambio de la misma. Queda por ver si los signos de deca- dencia alcanzarán un crecimiento canceroso o endémico, y abrirán así el camino para un orden radical con otros acentos, otras postulaciones y otros m~todos» (pág. 57).
   Plesser ha sondeado profundamente y ha sacado a la luz del día las raíces espirituales del problema. No queda sólo con su ópinión, pero gene- ralmente nadie se atreve a llamar las cosas por su nombre. También habló muy claramente Edzard Reuter, del comité de la empresa Daimler-Benz AG, en un discurso suyo en San Gallen. «Ya no son idénticos el ideal y la reali- dad.» «Aquí y allá se intenta seguir la meta clásica del máximo de ganan- cias, pero muchas veces son solamente palabras huecas. »
   Reuter y el banquero Hermann Abs están de acuerdo en su opinión, que «estamos en vías de perder nuestra credibilidad frente a la generación joven».
   Algo parecido, muy conciso, expresa la revista suiza FinanZ und Wirt- schaft: «la integridad de carácter de muchos altos directivos está en entre- dicho».
   También llaman la atención las manifestaciones del profesor Dr. Wolf- gang Stützel, en un simposio de la fundación Ludwig-Erhard en Bonn: Se- gún la FAZ, del 3 de mayo 1978 dijo, entre otras cosas: «¿Qué pasa con el concepto "social", cuando hablamos de la economía "social" del merca- do? Aquí hay un defecto, aquí existe un déficit de programa. Durante mucho tiempo se consideraba la economía de mercado como un sistema que pre- miaba a empresarios eficientes y a los asalariados. Pero en la realidad, dice literalmente, "acecha el peligro". Finalmente no se premiará al pionero más eficiente, sino al gorrón más aplicado con menos escríipulos.»
   La avalancha de quiebras de los últimos años nos pinta una imagen po- co halagüeña del empresario moderno. Según investigaciones del Instituto de Clase Media en Colonia, tomando como base mil trescientas actas de suspensión de pagos de los juzgados y entrevistando a setenta y cuatro sín- dicos, la «causa de las quiebras de las empresas, es mayormente una falsa política interior empresarial». «Tratándose del comercio, de la industria o de empresas de servicio, los investigadores de las insolvencias encontraron una mala organización en todas las ramas.» «En muchos casos se constata- ron fraudes, manipulaciones de efectos de cambio y concesiones múltiples», confirma el fiscal superior de Colonia, Günter Bähr: «en su naturaleza, la masa de las quiebras es criminal». Pero se trata solamente de la punta de un iceberg. Mientras tanto (mayo 1978), el ministro federal de Justicia en Bonn, recibió un informe de más de mil páginas del Instituto Max-Planck para derecho nacional e internacional, de Hamburgo, con ei título: La prác- tica de la liquidación de quiebras en la República Federal de Alemania. Las anomalías descubiertas por los científicos del Instituto Ma~c-Planck son alar- mantes. Las investigaciones demostraron que el ochenta por ciento de los acreedores no reciben nada. Como explicación se cita «el complejo de he- chos criminales económicos, como segunda razón más importante para el empobrecimiento de masas». Los científicos expresan su asombro de que «las faltas personales (de los empresarios, nota del autor) han llegado a tener tanta importancia».
   La Frankfurter Allgemeine Zeitung, un periódico, sin duda, de una posición positiva hacia el mercado de libre comercio, escribe una manifesta- ción notable, en acuerdo con las afirmaciones de los autores arriba mencio- nados: «la economía de mercado pierde su e~cacia si el egoísmo individual no encuentra freno. Un partido político que quiera salvar la economía de mercado, debe exigir renuncias de los diferentes grupos. Pero la palabra «renuncia» no está de moda, y contiene tanta fuerza explosiva que ni los gobiernos, ni los partidos y tampoco, los sindicatos, se atreven a mencio- narla. Marion Gräfin Dönhoff escribe, con un justo criterio de las condi- cionantes psicológicas: «cada sistema produce a la larga su propia antítesis. Es el resultado de su incapacidad de mantenerse dentro de sus límites».
   En relación con el grave problema de los costos fijos, Nell-Breuning in- dica que «la economía de mercado se está alejando de su patrón (original, nota del autor)». «Es grave que nos hayamos acostumbrado de tal modo, que no vemos lo dudoso de nuestro proceder y sus resultados.»
   Expertos economistas ven claramente el posible colapso del sistema. El profesor Gutowski escribe acertadamente en FAZ: «Hasta el más ferviente partidario del orden de la economía de mercado, no dejará de darse cuenta que el orden necesita de un mejoramiento importante. La lucha en favor de la economía de mercado puede perderse en varios frentes».
   Walter Scheel, el anterior presidente federal, se expresó de un modo aná- logo durante su mandato: «Tanto la ciencia como la técnica tienen dos ca- ras. Conocemos sus efectos positivos, pero solemos olvidarnos de los nega- tivos, en última instancia, por temor a la pérdida del negocio. Los hombres que reflexionan, comienzan a dudar de la eficacia de nuestro sistema econó- mico y social».
   En la revista Bild der Wissenschaft 7/1977, se constata, tomando en consideración los daños ecológicos desbordantes: «la contaminación actual es solamente un equivalente de los fracasos de nuestros sistemas económi- cos, sociales y políticos: al destruir nuestro entorno, nos destruimos a noso- tros mismos. También el homo sapiens se encuentra en la lista de los seres amenazados por su extinción. La estupidez es una parte inherente del sistema».
   No se puede negar que los fundamentos de la eacistencia de los países industrializados se está tambaleando peligrosamente. Aún no ha sido descu- bierta la panacea, y el mercado actúa de imán para incontables egoísmos. En la Deutsche Zeitung, del 31 de agosto de 1979, esto viene expresado brutalmente: «La codicia es el motor del actuar económico. Los participan- tes del mercado y los políticos son los prisioneros del sistema económico». La codicia es el elemento luciférico, como se demuestra más arriba. El proceso de destrucción va acompañado de la corrupción religioso-espiritual. La egolatría es el reflejo exacto de una sociedad en disolución que se desen- tiende del Sermón de la Montaña.
   Preocupa ej desarrollo de los países industrializados, y esto nos hace comprender lo que expresa el papa Juan Pablo II en su encíclica Laborem excercens, del 14 de septiembre de 1981: «la base de un sistema económico no debe ser la ganancia, sino el derecho objetivo del obrero». Literalmente se dice en la encíclica: «es innegable que la actual sociedad y la civilización materialista se levantan sobre unos fundamentos que tienen unos defectos básicos, o mejor dicho, todo un conjunto de defectos. Este tipo de civiliza- ción le imposibilita a la sociedad humana, superar las situaciones de injus- ticia».
   Hace tiempo que los científicos con clara visión de la actual situación, se dieron cuenta de la base espiritual errónea del sistema económico de mer- cado libre, que la civilización industrial se está deslizando hacia condiciones insoportables que terminarán en una catástrofe. En el año 1926, el eminen- te economista liberal -fundador de la escuela de Freiburg-, Rudolf Euc- ken, escribió: «a la larga, la auténtica religión no es compatible con el siste- ma económico auto-interesado, que busca solamente las ganancias. Es obvio que la mentalidad economista contribuiría a desplazar las religiones de sus posiciones antiguas, es innegable que el materialismo tiene parte de culpa del vacío espiritual actual, ya que resta sentido a la vida humana. Se ve claramente la relación existente entre el capitalismo y la crisis actual».
   Eucken se percató de las consecuencias del «vacío interior de la vida moderna» y propugnó una «extensa reordenación espiritual de la vida».
   También Wilhelm Röpke, el afamado economista, vio -hace ya veinti- cinco años- que la causa de los fallos del sistema de libre mercado, están en la pérdida de la substancia religiosa y la base de los valores morales. Röpke escribe en su libro Más allá de oferta y demanda: «La enfermedad de nuestra cultura está en su crisis espiritual religiosa». «¿No estamos vi- viendo en un mundo mercantil que favorece la codicia y el maquiavelismo comercial, casi elevándose a una norma de actuar, y al mismo tiempo aho- gando en sus inicios cualquier afán a algo superior, como en agua helada, por medio del egoísmo calculador? ¿Existe un camino más seguro para re- secar las almas humanas, que la costumbre inveterada de medir todo por su valor en dinero, tal como lo promueve el sistema económico?» «Lleva- mos ya casi un siglo intentando valernos por nosotros mismos, sin Dios, elevando la técnica, la ciencia y hasta el mismo estado a un lugar privilegia- do.» «Estos intentos desesperados nos han conducido a una situación inso- portable para el hombre, a pesar de la televisión, las autopistas y los apar- tamentos confortables.» «Podemos estar seguros que cualquier día sobre- vendrá un cataclismo que cogerá a muchos por sorpresa. »
   Con estas palabras casi proféticas, el científico descubre las raíces del mal de nuestro tiempo.
   Uno de los más conocidos economistas de la actualidad, el premio No- bel Kenneth J. Arrow, llega a las mismas conclusiones, como los científicos antes citados. Arrow no refuta la eficiencia del libre mercado, tan aclamada en la prensa y en la literatura específica, pero declara, que el sistema del libre mercado no puede considerarse un elemento constructivo socio- económicamente, por su falta de altruísmo.
   Los científicos citados, no dudan en admitir que la doctrina de Jesús y nuestro sistema económico son incompatibles. El Evangelio acentúa otros valores que nuestro sistema socioeconómico. En éste se valoran como prin- cipios, el crecimiento sin fin, el aumento del bienestar y las exigencias cada vez más grandes. Queda a la vista, que el sistema está afectado por la codi- cia y las ansias de poder, una condición que el profeta Lorber pronosticó para nuestra época, con todas las consecuencias que se perfilan de año en año. Literalmente dice la Nueva Revelación: «en el fondo ya no creen en nada, a no ser en sus propios beneficios» (Gr IX 40, 4), «la actitud contra- ria al Espíritu Santo provoca irremediablemente un juicio, que ya tengo preparado». (Schriftt. 61, 18). «No he creado la tierra para la industria y mucho menos para los ricos.» «Mi ~nalidad es otra, pero el mundo domi- nado por Satanás no lo sabe ver.» (Hi II, 308). «No he venido a este mun- do para beneflciar al cuerpo, sino para bene~ciar el alma. » (Gr X 109, 2-3).
   Las consecuencias del desarrollo son cada vez más visibles. Las mues- tras de autodestrucción interior de la economía y de la sociedad, son cada vez más graves. Según unos informes de los Estados Unidos, también allí muchas personas se dan cuenta del fracaso al que está condenado nuestro sistema económico y social. Nos Ilena de angustia el aumento de la anar- quía, las revueltas, y el desprecio de la ley. No sin. razón, muchos jóvenes miran con escepticismo y desconfianza este extraño mundo, técnicamente perfecto pero sin transparencia. La tecnología y la economía son siervas del demonio. Un sistema que propugna la ganancia y el beneficio personal como meta de cualquier actividad, sólo puede esperar el fatal desenlace de su sistema.
   «Una comunidad no es la suma de sus intereses, sino la suma de su entrega» (Antoine de Saint-Exupéry). El comercio en forma de la mentali- dad monetaria activa el egoísmo, para finalmente, conducirnos a unas cir- cunstancias que nos pesan cada día más. La conexión causal se expresa en la Nueva Revelación claramente: «Ya os daréis cuenta que el mundo puede subsistir solamente cuando el amor sea su base, su meta de perfecciona- miento y de la existencia». (Pr 276).
   La industria ha trabajado sin freno y sin concepto, sin tomar en cuenta las complicadas relaciones ecológicas. Ha forzado al hombre bajo su dicta- dura, creando al mismo tiempo, un mundo artificial sobre el cual ha perdi- do el control. Los científicos y técnicos son los aprendices de brujo que ya no pueden dominar el regalo de Danae que han dado a la humanidad. Una riada de veneno arrasa a los hombres y produce daños vitales imprevi- sibles.
   Por algún tiempo, el éxito pareció confirmar el funcionamiento y la su- perioridad de nuestro sistema económico, y los críticos tuvieron que callar- se. La economía experimentó un florecimiento sin igual. Pero justamente, cuando iba a alcanzar su apogeo, construyéndose el paraíso terrenal, nos di- mos cuenta que algo fallaba en el cálculo, tanto en los economistas libres, como en los marxistas. Los frutos producidos resultaron ser venenosos. El afán de conseguir cada vez más, no conoció límite, el valor que se daba al prestigió se convirtió en un vicio, el lujo alcanzó niveles desconoci- dos. La posición social, el alto estandard de vida y el prestigio se convirtie- ron en los dioses de nuestro tiempo final. A1 mismo tiempo, surgieron la envidia, el odio, el terrorismo, los secuestros y una brutalidad desenfrenada como efectos secundarios de una vida insegura. El predominio de la menta- lidad técnico-instrumental había modificado los corazones de los hombres.
   De cualquier sistema económico o social se esperaba la salvación. Pocos comprenden que cualquier sistema pierde efectividad cuando el egoísmo pu- ro, las exigencias desmesuradas, la desconsideración y la falta del sentido de justicia, marcan una sociedad en decadencia. Los sociólogos observaron que el aumento del bienestar destruye de un modo alarmante los poderes aglutinantes de una sociedad. La pérdida de las relaciones interpersonales en un mundo técnico-racional, sin religión ni ética, conduce hacia la extin- ción de cualquier relación social. Crece febrilmente la disposición a la pola- rización. La velocidad del empeoramiento hace temer una radicalización del hombre que puede provocar el colapso del sistema social. Con terror recor- damos las profecías... «pero aún ocurrirá algo peor, porque el hombre libre (quiere decir aquí el hombre que no atiende más a Dios, nota del autor), tiene ya casi un corazón de piedra». (Pr 319).
   La autorrealización egoísta ha provocado un derrumbamiento de la mo- ral, a ojos vistas. El complejo de la envidia se extiende como una mancha de aceite en el agua. Robar a los demás se ha convertido en un deporte popular. En upa década los hurtos en los comercios se han cuadruplicado.
   En los grandes almacenes y tiendas, anualmente, se roba mercancía por va- lor de 1.500 a 2.000 millones de marcos. Aún más importantes son las pér- didas por fraudes, que alcanzan de unos 20.000 a 25.000 millones de mar- cos anualmente, superando largamente los daños por atracos, asaltos y ex- torsión. El número de atracos aumentó entre los años 1858 hasta 1980, en un 330%. En el espacio de tiempo desde 1979 hasta 1982, los asaltos a trans- portes de valores, aumentaron en un 355%, y los delitos por trá~co de drogas se multiplicaron de un modo alarmante. Anualmente, empresas y particulares gastan entre 2.500 a 3.000 millones de marcos en medidas de seguridad. Según un informe del Ministerio del Interior, también en la Re- pública Federal Alemana hay señales de la existencia del crimen organiza- do, parecido a las condiciones en los Estados Unidos de América o en Italia.
   El juez superior británico, Geoffrey Lane, dijo en un discurso en la Uni- versidad de Cambridge, que la sociedad inmoral, está plagada de drogas, pornografía y crímenes. La explosión de la criminalidad en Gran Bretaña comenzó con la entrada en la era del bienestar.
   En otros continentes, la criminalidad está aún más extendida que en Euro- pa. En USA -con el cuarenta y uno por ciento de la juventud negra en paro en el año 1979-, perdieron la vida por actos violentos unas 20.000 personas en el mismo año. En Nueva York, el noventa por ciento de todos los incendios registrados, son provocados. Se pierden anualmente unas 80.000 viviendas por incendios provocados y vandalismo.
   En los últimos diez años, unos cincuenta millones de los habitantes de USA adquirieron revólveres o escopetas. El juez supremo estadounidense, Burger, resume así las condiciones en su país: «El terrorismo en las calles y en las casas se ha convertido en una pesadilla nacional».    l.a a~lmmn a i:i, ~li u~;u,, se La cwmWu mmu mna ~En~lmua un m~l,m las partes del mundo, y tiene una marcada influencia en el aumento de la criminalidad. La heroína, con un aumento de venta enorme -solamente en Nueva York existen 200.000 adictos- provoca irremediablemente la adic- ción y la destrucción de la mente y el cuerpo humano. Un adicto necesita diariamente «mercancía» por valor de 150 $. Muy pocas personas la pue- den conseguir sin robar o atracar. Por lo tanto, es obvia la relación entre la drogadicción y la criminalidad.
   En el Brasil, 120.000 criminales convictos se encuentran en libertad por falta de plazas en las cárceles, que están ocupadas en más del doble supe- rior a su capacidad, considerada normal. Diariamente ocurren unos ciento cincuenta atracos en los autobuses, donde los usuarios son despojados de su dinero, sus pulseras y demás joyas. Da que pensar, que según estadísti- cas de la ONU, hasta en los países en vías de desarrollo se registra un aumento de un ciento setenta y nueve por ciento de atracos, en un espacio de tiempo de seis años. La criminalidad aumenta en todo el mundo, produciendo una crisis general, según la opinión del entonces Secretario General de la ONU, Dr. Waldheim. Parece que vamos hacia una anarquía total, tal como lo pronosticó la Nueva Revelación: «...el total derrumbamiento de todos los lazos sociales». (Pr 260).
   Otros síntomas, son la avalancha pornográfica y la exaltación de la sexualidad. Lorber también lo predijo: «Si un pueblo se enriquece material- mente, se vuelve más sensual. Cuando se encuentra demasiado bien, olvida al Dios verdadero». (VdH, pág. 66). Otros indicios de la degradación son: el uso masivo de estimulantes, el alcohol y las drogas. A1 término de esta evolución están los suicidios. Solamente en lo que se refiere a la República Federal de Alemania, anualmente se registran unos 13.000 suicidios y unos 100.000 intentos de suicidio. El nihislismo es la ~losofía de una juventud falta de conocimiento de la religión y con un vacío espiritual inmenso.
   El cuadro clínico que presentan los países industrializados, saturados y orientados solamente hacia su «derecho fundamental» al bienestar, es su- mamente grave. Paralelamente a la extensión de la pérdida de fe o la indife- rencia religiosa, se constata la corrupción espiritual y la decadencia de los valores éticos y morales. El materialismo -como un veneno de efecto lento- se ha apoderado de las almas y su dominio es cada vez mayor. Los padres han dejado de transmitir a sus hijos los valores fundamentales. La juventud carece de una brújula interior. No es de extrañar que en los Estados Uni- dos, más de la mitad de los delitos graves se co~neten por menores entre los diez y los diecisiete años (TimesJ.
   Si los ~lósofos Heidegger, Bloch, Marcuse, Adorno, Habermas y otros, proclaman que la muerte es «un salto a la nada» (Bloch), y sí ponen su esperanza únicamente en un futuro mejor en esta tierra, y esta esperanza no se ve cumplida, para luego hablar de una ayuda para seguir viviendo, de «dejarse caer en un pesimismo profundo y en el nihilismo» (Bloch), ya se divisa entonces el camino hacia el vacío espiritual.
   El Señor, en su dictado a Lorber, también habla de estas enseñanzas de los actuales sabios: «siempre hubo, todavía los hay, y los habrá en el futuro, los sabios del mundo que proclamen: Dios no existe». «También a~rman que todo se ha hecho por la fuerza de la tierra, del sol y de los elementos.» «Yo os digo, entre todas las miserias y penurias de los hom- bres, no hay nada peor que la ceguera espiritual. De ella resultan las demás desgracias.»
   «La visión naturalista del mundo de tales filósofos, pervierte, con su ejemplo, rápidamente a muchos miles de hombres.» (Gr VIII 181, 14-18).
   La influencia de los filósofos mencionados es grande, sobre todo entre los jóvenes intelectuales. Las consecuencias se pueden ver en hechos cho- cantes. Jakob Lorber también predijo esta evolución para los tiempos fina- les. Así escribe: «que la total insensibilidad de la juventud, educada sólo hacia lo corporal, provocará una consternación». (Hi II, pág. 21). Él termina la enumeración de las pautas que marcarán el comienzo de la época final con las palabras: «Esto es el tiempo final».
   Las consecuencias del materialismo son previsibles para los mismos filó- sofos. En una entrevista con el semanario Spiegel, de enero de 1970, Max Horkheimer declaró: «No hay razonamiento científico que me pueda impe- dir el odio, mientras no se me produzcan desventajas en la sociedad». Ca- mus escribe: «Si Dios ha muerto, da igual cuidar a los enfermos o matarlos». Habrá bastantes personas, viviendo sin Dios y sin amor, que no sólo adoptarán estas enseñanzas, sino que justificarán sus actos o cometerán los crímenes más crueles, siempre dependiente de las circunstancias. Nietzsche, en su obra póstuma, llama al nihilismo «el más siniestro de todos los hués- pedes».
   Hay que recordar aquí la cita del premio Nobel, profesor Heisenberg, el cual, considerando los horrores que ocurren en el mundo, dijo -con palabras de carácter profético-: «Si uno pregunta en el mundo occidental lo que es bueno y lo que es malo, qué se debe anhelar y qué se debe conde- nar, uno encuentra como medida de valores al Cristianismo, aunque ya se ha dejado de vivir según las parábolas de esta religión. Una vez agotada del todo la fuerza magnética que dirigía esta brújula -fuerza que emana de un orden central-, me temo que ocurrirán cosas horribles, mucho peo- res que los campos de concentración y las bombas atómicas».
   Si en la República Federal Alemana sólo el diecisiete por ciento de la población considera a Dios «como algo muy importante» (según la revista Stern, del 6 de octubre de 1977), y si el sentido de la vida no se dirige hacia una vida eterna, se prevee el peligro de que muchos hombres sufrirán una crisis vital. Si falta un sentido en la vida, surge el nihilismo y la inconsisten- cia. El salvajismo espiritual y la brutalidad extremada se extenderán, sem- brando el terror.
   La declaración siguiente del terrorista Horst Mahler, hecha en ocasión de una entrevista en la cárcel Moabit, demuestra sin lugar a duda, las rela- ciones arriba indicadas. Mahler dijo: «Todos los dieciséis terroristas tene- mos la opinión que la vida no tiene sentido».
   Aunque estos terroristas no se hallaban en di~cultades económicas, no se debe perder de vista la conexión causal con las condiciones de la sociedad del bienestar. El conocido psiquiatra suizo, profesor Gerhard Schmidtchen, indica en su informe analítico del terrorismo, la existencia de causantes pro- fundos del fenómeno, tabuizados en los comentarios de revistas y semina- rios. «No encuentran dificultades en reclutar más gente para el terrorismo, mientras subsiste el sistema social autosu~ciente que no hace caso a que parte de la juventud y de la inteligencia madure en un vacío espiritual total institucionalizado en el país. Debemos preguntarnos qué credibilidad mere- cen nuestras instituciones.»
   El ateísmo, la mentalidad crudamente materialista, así como la indife- rencia religiosa, conducen a un círculo vicioso. La sociedad del bienestar de los países industriales no se aproxima al soñado edén terrenal, sino que se hunde en condiciones difíciles de soportar.
   Si se pierde por doquier, el sentido de la realidad y si se sobrepasan todos los límites, si lo demoníaco se hace aparente en los actos de los hom- bres, convirtiendo el mundo en un caos, la sociedad del bienestar se dará cuenta -demasiado tarde- de las consecuencias irreparables de haberse desviado de Dios y su enseñanza, habiendo adoptado en su lugar la pseudo- religión del progreso materialista.
   Será como una tragedia antigua: las presiones son inevitables. Un cam- bio hacia una vida ordenada y de paz entre los hombres, no se alcanzará hasta que no se haya vencido el materialismo teórico y práctico. Si recono- cemos el alto valor metafísíco del hombre -no considerando al hombre, como Freud y otros simplemente, como un animal y nada más-, veremos un sentido en la existencia humana y podremos dirigirnos hacia nuestra me- ta esperanzadamente.
   Solamente entonces podemos esperar un cambio y una salida de las con- diciones tan deprimentes y agobiantes en todos los ámbitos de nuestra vida, tal como las describe la Nueva Revelación.
   «Ahora que veis que todo va de mal en peor en el mundo, que los hom- bres se vuelven descontentos, egoístas y crueles, comprenderéis que la causa de todo es la misma: nadie utiliza el camino de la paz, de la sobriedad y de la entrega total bajo Mi conducción.» «Esto demuestra el poco de la religión y del sentido de una vida espiritual eterna reside en sus corazones. » (Pr 140). La Nueva Revelación dice: «Los corazones de los hombres se ase- mejan a sus tiempos, con sus eventos crueles que traen muchas aflicciones a los hombres, como nunca los había experimentado nadie en la tierra». (Wdk., pág. 11).
   Esto nos da una idea de lo que nos espera si la evolución sigue el curso emprendido.
   Los logros técnicos deslumbrantes, como los viajes a la luna o la fisión atómica, no deben engañarnos de la imperfección fundamental del sistema. El general Bradley, de los Estados Unidos, expresó con una sola frase, acer- tadamente la problemática, cuando dijo: «Hemos descubierto la energía ató- mica y hemos olvidado el SermÓn de la Montaña».
   La base de todo este afán sin rumbo fijo está en una soberbia sin lími- tes. No es casualidad que el progreso destructivo tiene lugar en un mundo secularizado. Ya no se pregunta por el sentido y la finalidad de la actividad desenfrenada. Reinhold Schneider ve lo prometeico en la dinámica de nues- tra civilización, que no logra un é~to auténtico y duradero,. sino que deriva hacia la desgracia, y lo expresa en los versos siguientes:

   La práctica del principio «imponerse o morir», I~a ~raiclu n~uc;ha ~ie~~r;~ cia a los hombres, y ya no se limita a la amenaza de la catástrofe ecológica. la inflación y el paro, se extiende al mundo del trabajo, que con su ajetreu desmesurado hace sufrir y enfermar a millones de hombres. Los directivos en este sistema ya no son dueños de sus decisiones, todos viven empujadoa por presiones, que ellos a su vez, ejercen hacia sus sub~rdinados. Consultas demoscópicas demuestran que hoy en día un cincuenta y ocho ~or ~iento de los asalariados, sufren de estress.
   El trabajo agotador que supone una carga permanente, provuca enfer- medades, incluso suicidios. Según el diario FAZ, anualmente se suicidan unos cien directivos en la República Federal Alemana. En los años veinte, una de cada siete muertes era debida a colapsos del sistema cardiovascular, mientras que en el año 1972, era la causante de uno de cada dos casos, según datos de la Oficina Estatal de Estadística de Wiesbaden.
   La estupidez de un trabajo agotador y sin finalidad, conduce a la pérdi- da del potencial de trabajo y convierte la existencia en una vida sin sentido.
   El ajetreo desmesurado hace perder la visión de los eternos valores y la ver- dadera meta del hombre. Se puede llegar a creer -como se dice en la Nue- va Revelación- que «tal empeño es la naturaleza de toda religión y repre- senta la adecuada adoración de Dios». (Hi I, pág. 348). El Señor habla del «hombre exteriorizado» y avisa a sus discípulos y a todos los hombres posteriores: «Necesitamos la paz interior, ésta es nuestra patria; en ella en- contramos lo que más necesita el hombre». (Gr I 194, 2).
   Desde el punto de vista de la doctrina de Jesús y de la vida eterna del alma, este afán por el éxito y el aumento del bienestar, es diametralmente opuesto a lo que realmente necesitamos. En la Nueva Revelación, el Señor hace una crítica fulminante de «la codicia, el afán de lucro, y la ambición de poder, así como de la presunción. (EM, cap. 60 y 63). Él condena la falsa interpretación de la meta del hombre, siendo ésta diametralmente opues- ta a la enseñanza del Evangelio. A más impulso que dé la industria, más rápidamente se aniquila el espíritu, y el pobre resto de la buena semilla de vida eterna dentro del hombre». «Así se atrofian los corazones de los hom- bres, vivienda única de Dios.» (Hi II, pág. 367). «El hombre industrial, con sus necesidades insaciables, se parece a un arbusto lleno de espinas, bajo el cual la semilla de la palabra de Dios se ahoga.» (GS II, pág. 125, 5). «Ellos entierran sus talentos para el cielo, en los surcos de este mundo.» (Hi II, pág. 350, ss.).
   El excesivo afán no es solamente una característica de la técnica y la economía, sino en general de! hombre de ~ste siglo sin Dios. El aumento del bienestar ha elevado en gran manera el valor que se otorga a los bienes terrenales; en cambio la idea de la vida eterna ha perdido fuerza, incluso entre aquellos que todavía asisten a misa los domingos. Según una encuesta del Instituto Infratest de Münster, la mitad de los entrevistados creen en una vida más allá de la muerte. Podemos decir con Goethe: «La prueba de la inmortalidad reside dentro de cada uno, no se puede dar».
   La Nueva Revelación dice claramente, y en contra de lo que se cree ge- neralmente: «la materia externa, que parece ser todo, no es nada. El conte- nido espiritual de la materia, inapreciable a los ciegos y a los sordos, es lo único importante». (Hi I, pág. 177, 28).
   La ciencia no es capaz de contestar las preguntas más elementales, el positivismo no alcanza lo último y lo más importante, lo espiritual. «Ni los mejores científicos del mundo con todos sus diplomas y títulos, pueden aclarar lo que ocurre con el hombre después de la muerte corporal.» (Schriftt. 75). «No os dejéis seducir por los encantos engañosos de la tierra, apreciad con sobriedad el valor del mundo.» (Gr I 167, 16).
   El espíritu de la secularización del siglo pasado, llega a ser efectivo aho- ra, y el materialismo ha conjurado los poderes caóticos y destructivos. Los proto-socialistas ateos, inspirados en Ludwig Feuerbach, no sólo esperan un paraíso en la tierra, incluso anunciaron que el hombre que se haya libe- rado de la religión Ilega a ser «un hombre perfecto». Ahora, en nuestra época, se ha ilegado a apartarse totalmente de Dios y de la fe en una vida eterna. El anterior general de los jesuitas, padre Arrupe, cree que existen más ateístas en el mundo occidental que en el mundo oriental. Nuestro mundo nos enseña claramente, la desgracia que ha sembrado el «hombre totalmen- te libre de la religión», tanto en el Oeste como en el Este, haciendo desgra- ciados a millones de hombres. El capital moral de la religión ya no es el soporte de la sociedad y la decadencia va en aumento. Será demasiado tar- de, cuando se compruebe que la religión es el abogado y el enlace entre las grandes conexiones más allá de la vida y de la muerte. Todo lo que atemoriza terriblemente a los hombres de ahora y en el futuro, se realiza primero, en el espíritu y luego se manifiesta externamente en nuestro mun- do perdido. La Nueva Revelación describe la actual condición de decaden- cia como sigue: «Ahora en el mundo hay más podredumbre que vida espiri- tual». «Casi toda la humanidad se entierra bajo el lujo material, como si se encontrase dentro de un ataúd inmóvil, con sus preocupaciones y place- res mundanos.» (Pr 259). «En repetidas ocasiones os he comunicado (a los apóstoles, nota del autor) que el lióre albedrío del hombre será la causa misma de su horrible futuro.» (Gr IX, 144, 7).
   «Por esto es tan difícil llegar a Mí, desde la vida interior.» (Hi I, pág. 349).
   «Los habitantes de las grandes urbes no saben ya cómo divertirse, todos quieren vivir con comodidades, lucirse, expansionarse y -de algún modo- dominar a los demás.» «Pero todos sus re~namientos no son otra cosa que idolatrías, ya que son víctimas de la exteriorización del espíritu humano.» «La sed de placeres es hija del egoísmo, como lo es el ansia de poder.» (GS II 81, pág. 10, 12).
   «La soberbia, el egoísmo y el ansia de poder convierten al hombre en un ser exigente y siempre descontento.» (Gr III 10, 3). «El amor propio y la envidia han alcanzado su más alto nivel entre los poderosos del mun- ' do.» (Hi I, pág. 348).
   Desde luego, hay una buena razón para caracterizar así al hombre de la era industrial, especialmente en los tiempos finales. El hombre tiene exce- sivo apego a su éxito, su prestigio y su bienestar.
   En el año 1979, los gastos en bebidas alcohólicas alcanzaron 39.000 mi- llones de marcos y los gastos en tabaco 19.000 millones, en la República Federal de Alemania. En el ar~o 1939, el consumo de alcohol por habitante era de 4,85 litros, mientras para el 1971 se contabilizan 12,2 litros. Y el consumo va en aumento.
   En 1971 el consumo de champán arroja un promedio de 1,9 litros, ele- vándose a 4,2 litros en el año 1982. El mayor problema para el futuro es el alcoholismo entre la juventud.
   Los aficionados a la equitación gastan anualmente 1.500 millones de mar- cos para su deporte. Otros 3.000 millones se gastan para gatos, perros y pájaros domésticos. Anualmente se venden juguetes para los niños por un valor de 2.000 millones de marcos. Y en productos de belleza, es decir, en 394 ~` 395 cremas, sprays, ampollas, etc., el consumidor alemán se gasta anualmente 6.000 millones de marcos. La importación de ancas de ranas aumentó de 228.000 kilos en 1975 a 442.000 kilos en 1978. Los habitantes concertaron créditos para el consumo, por valor de 132.000 millones en 1980, mientras que en 1972 se pidieron créditos por unos 45.000 millones.
   La Nueva Revelación explica claramente ~la interrelación entre el bienes- tar y el sentir religioso. «Grandes ventajas materiales son siempre perjudi- ciales para el alma.» «No he venido a este mundo en beneficio del cuerpo humano sino en bene~cio del alma.» (Gr X 109, 2-3).
   El mejoramiento en las cosas terrenas conlleva inexorablemente al em- peoramiento en la vida espiritual; lo único que el hombre debe cultivar con todas sus fuerzas (Gr VII 222, 9). Un gran bienestar hace olvidarse del Dios verdadero (GdH 66).
   En todo el mundo se advierte el comienzo de los tiempos predichos por Jakob Lorber. El rápido aumento del paro, la devaluación de la moneda, el crecimiento cero en la economía, la marcha hacia los déficits, la contami- nación, el aumento espectacular de las enfermedades, la destrucción de los bosques y selvas en toda la tierra, por intervención del hombre, las persis- tentes sequías en algunas partes, así como las inundaciones en otras zonas del mundo, la avalancha de, accidentes, la extensión de los crímenes, el mie- do a la guerra, y muchos acontecimientos más, siembran la inseguridad y el miedo, y la desconfianza entre los hombres. Generalmente hablando, se percibe que las bases vitales para la vida del hombre, los animales y las plantas, están sufriendo un grave peligro a causa de las más diversas inter- venciones del hombre. Poco a poco nos damos cuenta de que las pretensio- nes se basan en arenas movedizas, económicamente hablando.
   Entre los dirigentes del mundo aumenta la confusión. La Nueva Revela- ción dice: «no se aprecia Mi espíritu por ninguna parte en las actuaciones del mundo, así que el mundo se ha convertido en huérfano». «Yo permito la subida durante algún tiempo más, para que se alcance la adecuada altura para la caída.» (Wdk., pág. 56).
   El resplandor de la autosuficiencia que cree poder prescindir de Dios, es engañoso y se ve claramente que está en relación con el ángel caído, cu- yas obras nunca traen nada bueno. Considerando la historia, observamos que a la caida siempre le precede un tiempo de temeridad.
   En su mensaje a los hombres, de los tiempos finales, Dios dice, a través de «su escriba» Jakob Lorber, que los países industrializados no deben se- guir el camino que inevitablemente conduce a la catástrofe apocalíptica.
   «Que cada uno lo medite por sí mismo, que la tierra nunca puede ser un paraíso, ya que debe ser un suelo de prueba para el espíritu encerrado ¡ en la pesada carne del hombre, y sin espíritu nadie puede alcanzar una vida perfecta y eterna.» (VdH 85, 10).
   «No debéis olvidar que la vida en la tierra, pasa fugazmente, es tan sólo una prueba, una vida probatoria.» (Pr 19).
   ' «¡Considerad que no sois de este mundo! ¡Antes fuisteis espíritu y vol- veréis a ser espíritu!» (Pr 121). «¡Considerad, que en un sentido espiritual, mil años no son más que un instante y cuán corto resulta entonces este tiempo de prueba para el hombre!» (Hi II, pág. 48).
   «Bajo las actuales condiciones de vida, sin embargo, es deber de todos ocuparse de sus necesidades terrenales. Pero estas preocupaciones no deben haceros olvidar vuestra meta espiritual, haciendo el bien al prójimo.» (Pr 253).
   «La envidia obscurece de tal manera el alma, que ya no podrá compren- der lo espiritual; si el alma recibe luz desde la más sublime luz espiritual, rápidamente lo convierte en algo egoísticamente material, volviéndose de nuevo incapaz de ver algo más que la materia.» (Gr IV 123, 12).
   «Qué le importa ya al hombre su autoconocimiento, sin el cual jamás puede llegar a conocer a Dios.» (Gr IV 224, 3).
   «Las almas de millones de seres ni siquiera se acuerdan que son porta- dores del espíritu de Dios; menos aún quieren dejar de preocuparse de sus asuntos mundanos, para reencontrar su liberación y su autorrealización.» (Gr III 10, 13).
   «Sabéis que un hombre que se ha enriquecido con bienes terrenales, ha convertido su corazón en una piedra, falto de compasión y amor al próji- mo. ¿DÓnde está un hombre así dentro de su esfera de vida interna y espiri- tual? Os lo digo: En el punto del juicio eterno y de su muerte.» (Gr VIII 181, 1-2).
   «Cuando llegue a haber muchos epicúreos en el mundo, se aproxima el juicio del mundo, a todos los hombres de la tierra y permitido por Dios.» «Y esto va a ocurrir (el tiempo de Jesús) antes de haberse cumplido otros 2.000 años.» (Gr VIII 182, 3-5).
   «Todo esto se permite para apartar al hombre de su soberbia y de su egoísmo y despertarle de su letargo espiritual.» '(Gr VIII 185, 5).
   «Ahora los hombres se han apartado tanto de su meta original, que nin- gún poder humano pueda despertarlos de sus sueños y apartarlos de su bús- queda de placeres.» (Pr 309).
   «El egoísmo, como polo opuesto a Mi amor y del amor en general, pero el hobby más querido de la humanidad actual, les ha hecho perder a los hombres todo sentido de la medida, aumentando sus actuaciones erróneas. Pero también Mi paciencia ha llegado a su límite. Por esto, habéis recibido la palabra (la Nueva Revelación, nota del autor), para poder salvar lo que sea posible, antes de la decadencia general.» (LGh, pág. 190).
   «Los sucesos elementales, los accidentes, las enfermedades, que prece- den a este tiempo anunciado (de las últimas y grandes catástrofes, el autor), son los últimos intentos para salvar lo que se pueda; para que no todos se ahoguen en el fango del egoísmo. El corazón altivo del hombre, sola- mente se ablanda ante las desgracias y las fatalidades.» (Pr 330).
   «Cuando ocurran codas estas desgracias, como antaño la destrucción de Jerusalén, como castigo al pueblo judío, ¿quién tendrá la culpa? ¿Acaso soy un Dios de la venganza, que desea la sangre de miles de seres? ¿O son ellos mismos, que quieren apoderarse de todo, que incluso quieren alterar las grandes leyes del mundo material y espiritual, si fuera posible?»
   «Ahora hago apuntar todo esto, para que el mundo se entere. Tal como predije, la destrucción del pueblo de los judíos, y luego así se cumplió, aho- ra os digo claramente, todo lo que va a ocurrir, cómo y cuándo va a suce- der, para conducir a Mis hijos descarriados al buen camino.» (Pr 331).
   Cuando Jesús predijo las catástrofes venideras, sus discípulos le dijeron, que era triste que todo esto habría que sobrevenir a la humanidad. Y Jesús les contestó: «Esto es la gran desgracia del hombre que ha perdido la luz y el amor». «Pero no puedo quitar al hombre su libre albedrío, si no deja- ría de ser hombre.» (Gr VIII 213, 20, ss.).
   Según la comunicación expresa del Señor, sólo existe una posibilidad de evitar el deslizamiento hacia el desastre: «Yo os recomiendo amor al pró- jimo, amor que viene del amor a Dios. Sólo este amor puede hacer volver al hombre desde su equivocación a Mi orden». «Por esto he venido a este mundo, para enseñaros el retorno hacia Mi orden.» (Gr IV 220, 5-6).


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© Texto: Kurt Eggenstein; © Edición informática; © by Gerd Gutemann G. Gutemann